Constantemente los consultores y autores de temas empresariales escribimos sobre la importancia de emprender; los retos de las personas que toman riesgos, el coraje para iniciar proyectos, etc. En pocas palabras dedicamos mucha de nuestra reflexión al impulso emprendedor del ser humano. Esto me parece adecuado, sin embargo, por lo mismo, dejamos de lado un factor sumamente importante: la relevancia de ser un excelente empleado, un colaborador efectivo.
No todas las personas poseemos el interés, deseo o incluso “la sangre” para ser empresarios. No a todo mundo se le da emprender grandes proyectos y correr riesgos fuertes. Y que sea así no es un pecado. De hecho, ¿de qué serviría que todos quisiéramos generar negocios propios si no hubiera quiénes nos ayuden a ejecutarlos? Ser empleado no es una maldición ni un defecto. Creo que sólo puede serlo cuando no disfrutamos lo que hacemos o cuando lo hacemos por simple inercia, sin dejar algo de nuestras neuronas en el proceso. El verdadero reto de un colaborador es convertirse en una persona con un nivel de ejecución excelente, pues a fin de cuentas todo empleado es un vendedor, pues si no convence a su jefe de que su trabajo es valioso, su final está cerca.
Los empleados de la actualidad necesitan poseer una perspectiva distinta respecto a los del siglo pasado. Han quedado atrás los tiempos en los que la mayoría de las personas desarrollaban su vida profesional en una sola empresa y en un mismo puesto o área. Por lo general ahora vemos que los trabajadores cambian de empleo con mayor frecuencia. Incluso dentro de una misma organización se espera que una persona pueda participar en diferentes proyectos simultáneamente, rindiendo cuentas o exigiéndolas a diferentes personas en cada uno de ellos. Por donde van pasando deben adquirir experiencia y agregar valor. El perfil del empleado ideal exige ahora competencias y actitudes específicas que si no las desarrolla rotará constantemente de trabajo; pero no porque las diferentes compañías se peleen por él, sino porque desean deshacerse de sus servicios.
Veamos algunos puntos importantes que todo empleado debe considerar para convertirse en una fuente de valor para su organización.
1. Capacitarse y auto capacitarse.
El siglo XXI exige que todo profesional se encuentre en constante actualización. El desarrollo tecnológico ha facilitado de tal manera la generación de tantos avances y conocimiento que quien no se mantenga a la vanguardia y aprendiendo estará fuera de mercado en menos de lo que imagina. Aunque las empresas proveen capacitación para su gente, el empleado efectivo sabe que no puede depender exclusivamente de los entrenamientos que le proveen en su empresa. Un colaborador de excelencia va a estar leyendo constantemente sobre su área de competencia; investiga en internet; está suscrito a alguna revista sobre su disciplina; toma cursos constantemente; aprovecha todas las oportunidades de capacitación que le provea su organización e invierte en su desarrollo. Esto significa que no se limitará a la formación que reciba de parte de la empresa, sino que también invertirá en su crecimiento. Quien no está dispuesto a invertir en su desarrollo, no será el mejor candidato para un nuevo puesto.
2. Saber relacionarse.
Constantemente escucho la frase “es muy bueno técnicamente, pero tiene problema con la gente”. A las personas que muestran estas características les auguro un futuro profesional difícil. Ahora más que nunca los trabajadores requieren desarrollar sus habilidades relacionales, pues muchas de sus funciones y responsabilidades se tratan justo de lograr resultados a través de otras personas. Esto implica un alto manejo de destrezas para comunicarse y tratar con los demás. Un ejecutivo que no sepa convivir adecuadamente con la gente tendrá un verdadero reto para obtener sus resultados, pues para lograrlos requiere negociar, coordinar a otros, motivarles, corregirles sin ofenderlos, mediar e incluso desarrollarles. De poco sirve el dominio de cuestiones técnicas si no somos capaces de relacionarnos con otros para organizar proyectos y tareas y lograr que se den. Es debido a esto que cada vez encontramos más oferta de entrenamientos en relaciones humanas y comunicación para equipos de trabajo.
3. Olvidarse del horario.
Trabajar por horas es una forma práctica de medir el tiempo invertido, pero una manera errónea de calificar el desempeño de alguien. ¿De qué sirve que una persona pase ocho o más horas en una oficina si no da los resultados o resuelve lo que debe atender? Aunado a esto, las funciones profesionales actuales se realizan cada vez más desde lugares remotos, ya sea la oficina de un cliente, nuestra casa, un avión, un camión o diferentes lugares dentro de la empresa. En estos casos el horario no es lo importante sino el desempeño y los resultados obtenidos. Así como nuestro paradigma para medir el trabajo de un colaborador era su hora de entrada y de salida, ahora debemos medirle por el nivel de cumplimiento de sus objetivos y por qué tan relevantes son esos objetivos para la estrategia central de la empresa. Un empleado efectivo tiene sumamente claro lo que debe lograr en cierto lapso de trabajo y debe asegurarse que sus metas realmente aportan algo relevante para la organización. Lo importante, reitero, no es el horario, sino cumplir objetivos valiosos en los plazos establecidos.
4. Pensar como jefe y como cliente.
El empleado que sólo piensa como tal, no prosperará. Necesitamos analizar nuestro desempeño y decisiones desde la perspectiva de nuestros clientes internos y externos. Hacernos preguntas como; “si yo fuera mi jefe, ¿cómo me gustaría que actuara en este caso?”; “de lo que hago, ¿qué es lo que más beneficia a mis clientes (internos y externos)?”; “¿qué puedo hacer desde mi rol que impacte positivamente lo más importante de la empresa?”; “¿qué cosas estoy haciendo que no brindan verdadero valor a la organización?”; “¿cómo puedo hacer lo mismo más rápido, más sencillo, con mejor calidad o más barato?” Un colaborador que piensa y actúa con base en perspectivas como las mencionadas pronto encontrará la puerta de las escaleras ascendentes dentro de su organización.
5. Tener sentido de urgencia.
Postergar es una de las actividades que más suelen dañar el desempeño de una empresa. Muchas personas tendemos a dejar para después tareas y decisiones importantes. Un empleado efectivo sabe que dejar para mañana lo que se puede hacer ahora mismo puede es un pecado mortal, pues mañana llegarán nuevos retos y contingencias que deberán ser atendidas y cabe la posibilidad que volvamos a postergar lo que venimos arrastrando. Para evitar postergar es importante tomar decisiones sobre lo que tenemos facultad. Evitar citar a reuniones para todo e intentar resolver lo más posible en charlas uno a uno con las personas adecuadas. Las reuniones sólo deberían realizarse cuando es indispensable contar con las aportaciones de personas de diferentes áreas o niveles de la empresa.
Seguramente podemos agregar a estos cinco puntos muchos más, pero estoy seguro que si aplicamos estas ideas en nuestro operar diario de la vida profesional, mejoraremos notablemente nuestro desempeño y obtendremos la satisfacción personal de un trabajo bien hecho. Además, los resultados y el buen desempeño son los factores clave para convencer a nuestros colaboradores, clientes y jefes, de que contar con nuestro trabajo, vale la pena.