El talento es un bien incalculable dentro de las empresas y hacerlo marchar es absolutamente funesto (y motivo de preocupación) en los entornos corporativos.
Cuando un empleado talentoso toma la decisión de marcharse con su talento a otra parte, el dedo acusador se posa muy a menudo en los jefes. No en vano, hay quienes aseguran que la gente no deja puestos de trabajo, a quien realmente abandona es a sus superiores.
Los hábitos directivos que resultan más corrosivos para los buenos empleados (hasta el punto de provocar su dimisión) son estos que disecciona a continuación Inc.:
1. Desplegar emociones absolutamente extremas
Los jefes que dan rienda suelta a su ira, gritan a viva voz por los pasillos y se pasean como auténticos energúmenos por la oficina para amonestar públicamente a sus empleados no son conscientes de que este tipo de comportamientos, más allá de ser censurables, zahieren profundamente la moral de la plantilla (que busca lógicamente oportunidades para huir).
2. No reconocer el buen trabajo de los empleados
No reconocer la buena labor de los subordinados y, aún peor, apropiarse de logros ajenos es un hábito terriblemente mezquino, pero también extraordinariamente común entre los jefes, que actúan como auténticos vampiros y chupan la vida, la energía y la motivación de las personas a su cargo.
3. Actuar impulsivamente
Los jefes que, cuando hay que tomar una decisión importante, actúan como apisonadoras y aplastan (y ningunean) las opiniones de sus empleados tienen muchas papeletas para ser odiados y provocar la huida en estampida del talento que hay su vera. Quienes no involucran a sus trabajadores en la toma de decisiones suelen pecar de impulsivos (de guiarse por su desnortado instinto) y de ser cortos de miras (en su afán por mirarse el ombligo).
4. Ser un “control freak”
Los jefes que actúan como “control freaks” se empeñan en controlar todos y cada uno de los movimientos de sus empleados, de quienes desconfían abiertamente. Presas de las desconfianza hacia su propio equipo, los “control freaks” rara vez delegan en los demás, tienen un estilo de liderazgo autocrático y cortan las alas de la creatividad de las personas a su cargo.
5. Tener un ego de dimensiones colosales
Las personas que ocupan cargos directivos son dueñas habitualmente de elevadas dosis de ego, que es hasta cierto punto necesario para acometer su trabajo diario. Aun así, cuando el ego se torna en insano, se convierte en óbice para el rendimiento tanto del líder como de sus subordinados. Los superiores rebosantes de ego invierten muchísimo tiempo protegiendo su propia reputación y contemplan el “feedback” de sus empleados como una amenaza a su autoestima. Un buen líder, por el contrario, valora enormemente la honestidad de sus empleados y contempla su “feedback” como regalo de valor invaluable que merece por supuesto ser tenido en cuenta.
Fuente: Marketing Directo