La felicidad es uno de los puntos comunes de casi todas las campañas publicitarias. Y es que casi todas las marcas persiguen al consumidor intentando convencerle de que tiene el secreto para hacerlo feliz y que se sienta mejor. Ya sean unas zapatillas deportivas, un móvil o un determinado producto cosmético. Todas las empresas quieren posicionarse en este terreno y convertirse en la herramienta para lograrlo.
Esto no es más que un reflejo de la sociedad actual. Todo el mundo se ha obsesionado con ser feliz y con evitar que cualquier cosa por pequeña que sea pueda enturbiar su vida diaria. No nos permitimos estar tristes ni caer en esas cosas pueden empujarnos hacia la infelicidad. Lo que da lugar a una gran presión social en la que la tristeza ha pasado a ser un elemento tabú, creando el caldo de cultivo perfecto para la aparición de infinidad de productos que prometen la felicidad y para que las marcas lo utilicen para posicionarse en el mercado.
felicidadAsí pues, si los consumidores piden felicidad, las marcas hacen todo lo que sea necesario para dársela. Un claro ejemplo de ello son los anuncios navideños, que siempre apelan a las emociones y crean un halo de cuento de hadas en el que al final todos pensamos que los protagonistas serán felices para siempre.
Algo que ha ido en aumento en los últimos años, en un contexto políticamente inestable y en el que la confianza de los consumidores ha ido cayendo. En tiempos de crisis el temor se va contagiando en la sociedad, por lo que las marcas crean mensajes optimistas como si se tratara de un bálsamo.
Si a esto le sumamos que la felicidad siempre ha sido un elemento muy efectivo para vender y que los consumidores conectan mejor con las marcas que la utilizan como reclamo, entendemos mejor los motivos que llevan a las marcas a jugar con estas herramientas y por qué la felicidad se ha convertido en un elemento recurrente para vender casi cualquier producto o servicio. Pero además, lo emocional ayuda a crear lazos más estrechos con los consumidores, lo que resulta de vital importancia en un momento en que los consumidores confían menos en las marcas.
La cuestión es que parece que hayamos llegado a un momento en el que se abusa de la felicidad como recurso para vender. Todos estos mensajes publicitarios han ido creando una especie de burbuja feliz que se ha ido banalizando y hace que muchos consumidores hayan empezado a cansarse. De hecho, muchos ven este tipo de mensajes como palabras vacías con poco poder de convencimiento. Esto significa que la felicidad ha dejado de ser una novedad y que los consumidores ya no reciben los mensajes tan bien como antes.
Pero además, no solamente es una cuestión de cansancio, sino que además las propias marcas han cometido muchos errores intentando crear un entorno feliz, llegando muchas veces a desviarse del camino y a olvidar que esa búsqueda de la felicidad debe ser algo orgánico. Forzar campañas en las que los protagonistas de los anuncios no paran de sonreír no es ni lo que los consumidores esperan ni quieren.