El Índice Internacional de Felicidad, o Happy Planet Index, refleja la apreciación del bienestar en el planeta y, al mismo tiempo, deja en evidencia una paradójica curiosidad: que los países más felices no son necesariamente los más ricos.
Argentina, a pesar de las crisis, los piquetes y los mosquitos, no está tan mal como muchos creen. Ocupa el lugar número 47 del ránking de felicidad del planeta, por encima de países idealizados como Suiza o Estados Unidos.
Al parecer, ser felices no nos cuesta tanto como creíamos. En el primer puesto de la lista están las islas Vanuatu (en el Pacífico), seguidas muy de cerca por Colombia y luego por Costa Rica, mientras que Estados Unidos aparece muy lejos, en el lugar 150 sobre un total de 178 y los suizos están en el número 65.
Este índice mide la percepción del bienestar, tanto social como individual, asociado con la eficiencia ecológica y la expectativa de vida en cada país. Si bien no marca con exactitud los niveles de felicidad, sí muestra el grado en que cada país se aproxima a un sistema de requisitos básicos que las personas necesitamos para ser felices.
Según Ignacio Trujillo, escritor especializado en temas vinculados con nuestra manera de vivir y relacionarnos, los argentinos hemos aprendido a ser felices a fuerza de padecimientos. “Podrán venir corralitos, crisis financieras mundiales, políticos corruptos, etcétera, pero parecería que estamos cada vez más decididos a priorizar el disfrute de los pequeños placeres cotidianos.”
¿Se puede aprender a ser feliz?
“Todos nos hemos preguntado si estamos felices siendo como somos: si el trabajo que hacemos nos gusta, si nuestra relación de pareja es plena, si la persona que somos es la que imaginábamos cuando éramos adolescentes. La carrera por alcanzar la felicidad empieza con la vida y es interminable, desde niños hacemos lo imposible por ser queridos por mamá y papá, de adolescentes inventamos lo que sea por ser aceptados por nuestro grupo de pertenencia, cuando conocemos al primer amor, tratamos de mantenerlo cueste lo que cueste… Pero a medida que nos convertimos en adultos, la capacidad de asombro comienza a peligrar y, si no estamos atentos, con ella también peligra la pasión y la capacidad de jugar y con ellos el disfrute”, dice Trujillo.
Pero ¿cómo hacen aquellos que de grandes siguen conectados con el optimismo, con las ganas de crecer y aprender y con la pasión por vivir? “Lo que todos ellos tienen en común es una actitud positiva -asegura Trujillo-; no hay una fórmula, un spa al que todos asistan, una posición del kamasutra, o una situación económica favorable para todos ellos, no hay nada afuera que lo resuelva.”
Según el especialista, una buena manera de cambiar de actitud es observando a personas que ante un mismo hecho reaccionan de manera diferente a la nuestra, que no es la única, ni la verdadera y, por lo tanto, posible de modificar.