Durante la década del ’90 se popularizaron las actividades de entrenamiento basadas en juegos al aire libre o “outdoor” (puertas afuera).
En aquel momento, a muchos les parecieron una alternativa a las clases aburridas.
Así, en distintas empresas, los “outdoors” se convirtieron no sólo en el mejor método para entrenar a participantes en el desarrollo de habilidades de trabajo en equipo sino también en el único método.
De los juegos tradicionales se pasó a escalar montañas, cruzar ríos, hacer rafting, atravesar selvas, navegar en alta mar, eliminar adversarios en batallas de paintball, imitar el entrenamiento de Rambo, Rocky Balboa o el de un astronauta camino a la luna.
Los consultores fueron desplazados por profesores de educación física, deportistas y aventureros. El frecuente uso de sogas en los juegos hizo que estas actividades empezaran a llamarse “ropes” (sogas, en inglés).
Y, al sumarse la altura como otro componente clave, los “outdoors” mudaron su nombre por el de “high ropes”
No obstante, tras algunos años de gloria, el ciclo ascendente de esta modalidad parece haber llegado a su techo (y tal vez haya empezado su decadencia).
Primero, las empresas empezar a cuestionar la efectividad del método: ¿tanta plata invertida y qué pasó después?, ¿no será demasiado riesgo?, ¿esto estará cubierto por la ART?
Muchas compañías empezaron a prohibir estas actividades por considerarlas peligrosas (rafting, alpinismo, high ropes), instigadoras de agresividad (paintball) y discriminatorias (cualquiera donde la fuerza física sea un factor clave de éxito).
Luego, las preguntas se hicieron más sutiles pero también más recurrentes por parte de los participantes: “OK, ya jugamos… ¿y ahora que hacemos?”, “Me divertí… Pero, ¿teníamos otro fin además de ése?”.
Algunos facilitadores improvisados se preguntaban a sí mismos: “¿Qué cosa será un debrief?”. O bien hacían planteos del tipo: “Quedó tiempo libre, ¿hacemos una carrera de embolsados?”
Algún emprendedor ha intentado compensar las carencias del proceso reflexivo inventando juegos con inflables.
Otros imaginan extravagantes actividades como organizar una murga, hacer una torta en la cocina de un importante hotel o servir café a los pasajeros del tren Sarmiento.
Pero, a pesar de todos estos intentos, una investigación de la ASTD (la sociedad americana de capacitación y desarrollo) señala que el retorno de la inversión de los outdoors se acerca a cero.
Así, en otra investigación, se proponen tres maneras efectivas de resolver problemas grupales:
1) Hablar del tema que preocupa al grupo con los integrantes del equipo siguiendo alguna metodología. Hablando se entiende la gente.
2) Cuando el problema radica en una persona que perjudica el desempeño del equipo, lo conveniente es hablar con ella, brindarle coaching, capacitación, un traslado o lo que se considere más conveniente, pero para esa sola persona.
3) Cuando el problema del equipo es el jefe, valen todas las recomendaciones del punto 2, pero siempre trabajando con la persona en cuestión.
En definitiva, ¿sirven las actividades “outdoors”? ¿Tienen futuro como herramienta de aprendizaje en la empresa?
La respuesta dependerá de la forma en que se encaren. Básicamente, existen dos tipos de consultores para facilitar el desarrollo de los grupos.
Por un lado, están los que sólo hacen juegos (simples o sofisticados) y nada más. Estos deberían preguntarse: ¿cuánto más resistirá la soga?
Por el otro, están los que trabajan con el desarrollo del equipo de manera profesional, utilizando las técnicas que crean más convenientes (incluidos los juegos como un instrumento más), considerando que la reflexión es el verdadero aprendizaje y no el juego en sí mismo. Este grupo está condenado al éxito…