Si bien la literatura sobre liderazgo es abundante, no cuesta mucho acordar que se lo defina, palabras más palabras menos, como la capacidad para crear ambientes (de trabajo, de competición, de pensamiento, de cultivo y desarrollo de dogmas y creencias, etc.) en donde todos los integrantes manifiestan un elevado y sostenido nivel de compromiso con el resultado colectivo de ese proyecto en el largo plazo. El líder, naturalmente, es quien posee destreza en el dominio de esa capacidad.
Esta definición está muy en sintonía con el trabajo de Kouzes & Posner y plantea la existencia de dos elementos inseparables de dicha capacidad: i) la presencia de seguidores, dirigidos, liderados o como se los quiera llamar, y ii) la presencia de la existencia, en el imaginario y en el plano aspiracional, de un futuro superador. Veamos en qué consiste cada una.
La primera de las cuestiones, la de los dirigidos, seguidores o liderados, suele generar alguna confusión. Dado que el liderazgo tiene que ver con la conducción de gente (es impensable hablar de líderes que no movilicen voluntades), se suele suponer que todos aquellos que comandan adecuadamente a sus organizaciones (el CEO a su empresa, el sacerdote a su parroquia y feligreses, el capitán a su equipo, el Presidente a sus ministros y gobernados, el directivo docente a su escuela, etc.), son buenos líderes. Esta premisa es falsa, dado que tanto el poder como la autoridad, ya sea formal o informal, son elementos presentes en la conducción pero que no necesariamente conducen inexorablemente hacia el liderazgo. Un directivo empresarial, religioso, político, educativo o deportivo puede poseer gran destreza y capacidad de comando, ser persuasivo, creativo, inteligente, efectivo en el logro de los objetivos de su organización, e inclusive carismático, pero puede no ser un buen líder. Puede ni siguiera ser un líder. Sin duda es un directivo bueno y deseable para su organización, pero no necesariamente un líder. De acuerdo a la definición que ofrecimos anteriormente, para ser un líder, además de ser un buen directivo y comandante, se debe poseer una componente importante de futuro aspiracional superador. Esto nos lleva a la segunda de las cuestiones.
La existencia, en el imaginario y en el plano aspiracional, de un futuro superador, ennoblecedor, edificante, que actúa como impulsor y principal motor del accionar de la gente, es el otro elemento inseparable del liderazgo, aquel sin el cual éste se vacía de contenido. La existencia de una visión futura mejoradora y desafiante, que no se conforma con el estado de cosas y lo enfrenta con confianza, inteligencia y alegría, no necesariamente está presente en el buen directivo. El líder es quien modela, inspira y ofrece a sus seguidores o conducidos la visión de un futuro mejor, elevado aunque alcanzable. Es por ello que no hay líder sin la existencia de un futuro, mientras que el buen directivo puede abstraerse de generar esa visión, enfocando su accionar en el acto de dirigir.
En la práctica, la mejor manera de comprobar si estamos frente a un directivo o un líder no es analizando cómo cada uno comanda su organización o movimiento, sino analizando lo que pasa con esas organizaciones o movimientos una vez que esas personas no están más al mando. O sea que el futuro sin el líder es la verdadera prueba de si estábamos realmente frente a un líder o simplemente ante un directivo con buena capacidad de comando. Por regla general, los líderes generan visiones que los trascienden, y los directivos no.
Siendo esta la disquisición, y aterrizando el concepto en la realidad de nuestras organizaciones al inicio del siglo XXI, pareciera que enfrentamos una crisis no tanto de liderazgo como de lo que el liderazgo es. Dicho de otra manera, más que faltar líderes, parece que hemos confundido el concepto, y esto entorpece la identificación de verdaderas capacidades de liderazgo directivo.
En una época de enormes transformaciones, mientras transitamos desde el mundo industrial del tipo 1.0 hacia la sociedad de la información, de la cultura digital o como se la quiera llamar, nos encontramos ávidos y sedientos de figuras que nos inspiren confianza y credibilidad. Deseamos tener referentes en quienes confiar y creer, y a quienes seguir, y en ese afán, estamos intentando identificarlos en los lugares y momentos equivocados, confundiendo liderazgo con capacidad de comando o destreza para manejar el poder, la autoridad o mostrar elevadas dosis de creatividad.
En conclusión, el líder (y el liderazgo) está intrínsecamente entrelazado con la construcción de ese futuro inspirador buscado por aquellos deseoso de seguir, máxime en tiempos de cambios. Solamente el análisis sereno del pasado y de la historia nos permite separar la paja del trigo, verificando quienes han sido verdaderos líderes y quienes sólo dirigentes. Y es esa mirada hacia el pasado la que nos permite rescatar lo profundo y permanente del concepto de liderazgo, colaborando en nuestra búsqueda actual de nuestros líderes y modelos a seguir.