Los indios que viven en la Puna de Atacama a casi 4.000 metros de altura crían llamas y cabras en las áridas montañas, tejen gorros, ponchos y mantas para ganarse la vida. Viven en chozas de adobe y techos de chapa corrugada sobre las que apoyan pesadas rocas para que el viento no les vuele el techo. Pero debajo tienen un tesoro.
El litio es esencial para la fabricación de las pilas de litio-ion que alimentan smartphones, laptops y vehículos eléctricos. Las mineras, que desde hace años vienen explorando la región chilena de Atacama se vuelcan ahora a la Atacama argentina para extraer miles de millones en litio.
Como respuesta a las protestas, las compañías mineras que están activas en la zona dicen que siguen las regulaciones ambientales y que el boom del litio ha significado grandes beneficios para los residentes. Mencionan la creación de cientos de empleos y la inversión de cientos de millones de dólares en una de las regiones más pobres de Argentina. Algunas dicen también que han hecho esfuerzos en escuelas y en proyectos de desarrollo local, incluso investigaciones para el posible de cultivo der quinoa en el área.
Pero los pueblos están indignados. Un cartel desplegado a las puertas del aeropuerto de Salta, muy frecuentado por los ejecutivos de las mineras dice: “el litio pertenece a los residentes locales”. Sobre la ladera de una montaña han pintado “No a la contaminación de las minas”.
El boom de litio ? con empleos para algunos y preocupaciones para otros ? ha dividido a las comunidades. Hay manifestaciones y hay juicios.
“No comemos baterías,” dice un grafito pintado a mano en una pared. “Se llevan el agua, se llevan la vida”. Esto último es bastante cuestionable. El agua que usan es salada, porque proviene de las salinas. De manera que no es agua potable.