A mediados del 2007, la montaña de deuda basada en hipotecas de dudoso pago comenzó a derrumbarse en los Estados Unidos. Poco más de un año después, nos enfrentamos con la mayor crisis financiera internacional desde la Gran Depresión.
Pero, ¿cómo hemos llegado al actual derrumbe?
Las raíces de la crisis hipotecaria se remontan al furor de las acciones tecnológicas de finales de los ’90. En el 2000, el estallido de la burbuja ocasionó fuertes caídas en el mercado accionario y llevó a los Estados Unidos a una recesión.
Para limitar la contracción económica, la Reserva Federal, encabezada por Alan Greenspan, redujo fuertemente la tasa de interés de referencia. De 6,24 por ciento en el año 2000, la tasa fue bajando progresivamente hasta alcanzar un mínimo de 1,35 por ciento en 2004.
La formación de la burbuja hipotecaria
La política de “dinero fácil” de la Fed se plasmó en una explosión del crédito al consumo y para la compra de viviendas.
Así, se registró un notable incremento de la demanda de inmuebles, con el consiguiente aumento del valor de las propiedades. La competencia entre prestamistas por capturar la mayor parte del mercado los llevó a desarrollar opciones crediticias que mantuvieran bajas las cuotas mensuales (al menos, durante los primeros años del préstamo).
Así, se ofrecieron créditos de tasa variable con tasas iniciales reducidas o hipotecas que exigían apenas un mínimo pago inicial y cero repago de capital en los primeros años.
Gracias a estas facilidades, millones de estadounidenses compraron su primer inmueble o refinanciaron sus hipotecas.
Pero, en medio de la ola de optimismo, pocos se preocuparon de que aquellos créditos baratos incluyeran un incremento en los pagos mensuales en algún momento futuro de la vida del préstamo.
El deterioro de las hipotecas y la securitización
A medida que la industria aceleraba su crecimiento, la calidad de las hipotecas comenzaba a deteriorarse.
Para capturar mayores cuotas del mercado, muchas instituciones otorgaron préstamos a individuos con elevados indicadores de riesgo crediticio, de bajos ingresos o con falta de documentación apropiada.
En este marco, se tomó una decisión que habría de resultar enormemente costosa en el futuro.
Los prestamistas “securitizaron” las hipotecas. Es decir, crearon bonos hipotecarios cuyo pago al tenedor dependía de que los deudores hipotecarios abonaran sus cuotas. Luego, vendieron estos papeles en el mercado.
Para los bancos, esta maniobra tenía perfecto sentido. En efecto, al vender aquel bono en el mercado, se reducía el riesgo para ellos en caso de que aumentara la tasa de default de deudores hipotecarios.
Y, gracias a esta práctica, los bancos hipotecarios consiguieron más dinero para otorgar hipotecas.
Emisión de CDOs basados en títulos securitizados de préstamos hipotecarios
Las “collateralized debt obligations” (CDOs) son un instrumento financiero respaldado por una variedad de activos incluyendo títulos securitizados de hipotecas.
Las instituciones financieras que habían comprado los títulos securitizados de hipotecas emitidos por bancos hipotecarios comenzaron a emitir CDOs respaldados en ellos. De hecho, los CDOs, al no estar regulados, podían crearse casi libremente.
Y, en última instancia, su valor dependía de la capacidad de pago de los deudores hipotecarios. Mientras la mayoría honrara sus cuotas, como ocurrió durante los tiempos de formación de la burbuja, toda la ingeniería financiera podía sostenerse y resultar enormemente lucrativa.
Incluso, en el mercado existía una fuerte confianza en la calidad de estos papeles. Algunos CDOs basados en títulos securitizados de hipotecas sub-prime hasta eran considerados como “libres de riesgo” por las más prestigiosas calificadoras.
De esta forma, los CDOs se convirtieron en el sector de mayor crecimiento del mercado de activos financieros y fueron ávidamente incorporados a los portafolios de compañías de seguros, fondos comunes de inversión, bancos comerciales, bancos de inversión, fondos de retiro y otras instituciones financieras e individuos.
El aumento de la tasa
En abril de 2004, el director de la Fed, Alan Greenspan, manifiesta ante el congreso norteamericano su intención de aumentar la tasa de interés para prevenir los primeros indicios de inflación en los Estados Unidos.
En la página 378 de su libro, The Age of Turbulence, Greenspan señala: “mi esperanza era aumentar la tasa de las hipotecas de tal manera de apaciguar el boom en el sector inmobiliario, el cual para entonces estaba produciendo una inoportuna espuma”.
La explosión de la burbuja
Una burbuja explota porque, en algún momento, algún elemento la hace explotar.
En este caso, una creciente oferta de propiedades que se presenta con retraso frente a los precios alcanzados tras el anterior auge de la demanda y una suba de las tasas de interés inducida por la autoridad monetaria (ahora con una política monetaria dura) como parte de una estrategia antiinflacionaria.
El alza de la tasa de interés tiene dos efectos. Por un lado, reduce los precios de los inmuebles al haber menos crédito para su compra. Por el otro, incrementa las cuotas porque los contratos se habían pactado a tasa variable y creciente a medida que avanzaba la vida del préstamo. De esta forma, se dispara la tasa de default sobre las hipotecas.
Al bajar el precio de las propiedades el valor de la garantía disminuye por debajo de la deuda, especialmente en el sector que había comprado con alto coeficiente préstamo/valor de la vivienda y aplazando los pagos de capital. En este contexto, para muchos resulta conveniente no pagar la hipoteca y ceder la propiedad.
El colapso de los mercados
En junio de 2007, se produce el colapso de dos fondos de Bear Stearns que habían invertido fuertemente en el mercado sub-prime.
Durante 2007, muchos bancos comienzan a encontrar que sus activos hipotecarios se habían vuelto “tóxicos”. Es decir, aquellos títulos habían sido valuados muy por encima de lo que podían obtener por ellos en el mercado. Los activos de las instituciones se pulverizan.
La preocupación es señalada por el mensaje de radio del Presidente Bush del 1 de septiembre de 2007, donde se refiere a la necesidad de ayudar a las familias con problemas de pago de hipotecas.
El número creciente de remates hipotecarios profundiza la caída de los precios de las propiedades y muchas hipotecas de primera línea entran en mora.
En marzo de 2008, la Fed evita la quiebra de Bear Stearns asumiendo pasivos por 30.000 millones de dólares y arreglando su venta a JPMorgan Chase. Desde este momento, el mercado ingresa en una espiral donde los tenedores de activos hipotecarios ven reducirse enormemente su patrimonio.
El 8 de septiembre el Departamento del Tesoro anuncia que toma a su cargo a Fannie Mae y Freddie Mac dos instituciones centrales del mercado inmobiliario.
El 12 de septiembre, quiebra Lehman Brothers. Merrill Lynch, de quien no se pensaba que estaba en peligro, se vende al Bank of America para evitar que corra la misma suerte.
El 14 de septiembre la Reserva Federal se hace cargo del 80 por ciento de AIG, la tercera aseguradora del mundo, mediante un crédito puente de 85.000 millones de dólares a dos años. AIG tenía 307.000 millones de dólares en créditos asegurados de los mayores bancos del mundo, principalmente de Europa. Si se dejaba quebrar a AIG, ésta no indemnizaría a los bancos en el caso de que sus activos cayeran en default.
El 19 de septiembre el Secretario del Tesoro presenta su plan de compra por parte del Estado de activos inmobiliarios del sistema financiero por 700.000 millones de dólares en una breve propuesta donde se atribuye amplios poderes.
En definitiva, desde septiembre de 2008, el pánico se apoderó del sistema financiero mundial y las principales bolsas del mundo sufrieron fuertes derrumbes.
Los efectos de la crisis sobre la economía real ya se están haciendo sentir con reducciones en la producción y el empleo.
La efectividad de los planes de rescate coordinados por distintos gobiernos del mundo incluyen mayores garantías para ahorristas y nacionalizaciones de bancos.
Las pérdidas son socializadas y los tenedores de monedas perderán en el largo plazo por el impuesto inflacionario que generarán los gastos gubernamentales para el salvataje financiados con grandes inyecciones de liquidez.
Pero, más allá de las medidas de estabilización, la crisis llama a una revisión profunda de los mecanismos regulatorios de los sistemas financieros globales.