Para poder responder a esta pregunta, primero debemos hacernos otra:
¿A qué estamos dispuestos a comprometernos?
La respuesta a la misma marcará el límite de nuestras posibilidades.
Recuerdo cuando en una de las organizaciones en la que estuve, trabajábamos con el staff de dirección en el diseño de la “Declaración Estratégica Compartida”, más comúnmente conocida como “Misión, Visión y Valores”.
Luego de varios días de trabajo, el consultor que nos acompañaba nos presentó un producto audiovisual, con aquello que habíamos construido entre todos. La música y las imágenes conmovieron al equipo, que celebraba el nacimiento de la DEC como si esto sólo ya hubiera “transformado” la empresa en la que trabajábamos.
Y allí tuve la ocurrencia de hacer una pregunta muy antipática: “Si de nuestra casa matriz nos impulsaran a violar este compromiso que hemos diseñado juntos, ¿estaríamos dispuestos a presentar simultáneamente nuestra renuncia?”.
El silencio que se produjo fue incómodo. Estábamos tomando conciencia que una cosa era “participar” del diseño del futuro posible deseado y otra muy diferente era comprometernos absolutamente con él.
Como cuenta la sabiduría popular, en una omelette de jamón la gallina “participa” con sus huevos y el cerdo se “compromete” con su propia existencia.
¿Hasta dónde queríamos entonces aquello que declarábamos que queríamos?
Y para “transformar la realidad” se requiere de coherencia entre los compromisos que se declaran y las acciones resultantes.
¿Y porqué era necesario transformar la realidad? Sencillamente porque el mundo cambia en forma constante y es necesario no sólo adaptarnos o anticiparnos a ellos, sino también ser los creadores de aquellas condiciones que deseamos generar.
No se trata de una posición filosófica, sino una cuestión de efectividad de gestión empresarial. Aquellos líderes que marcan la diferencia, son quienes visualizan posibilidades donde otros no las ven.
Y diseñar la visión, es precisamente la construcción de un escenario posible que hoy no está presente y marca “la brecha” que deseamos cubrir.
Y es allí donde cobran importancia los valores definidos, ya que éstos nos indicarán el camino.
Veamos un ejemplo:
Estos valores privilegian la acción coordinada de nuestros colaboradores, y son consistentes con aquellos que pretenden integrar un equipo de alto desempeño.
La respuesta a la pregunta del título entonces será afrontar el siguiente desafío:
“Actuar y gestionar diariamente en absoluta coherencia con los valores explicitados en nuestra declaración estratégica compartida”.
¿Será esto una posibilidad concreta o una utopía? Somos conscientes de nuestra naturaleza humana y sabemos que en diferentes oportunidades no estaremos a la altura de nuestros compromisos previos.
La pregunta del millón es que hará la organización en esos momentos.
¿Privilegiará las competencias técnicas del involucrado o los privilegios que el poder del cargo le confiere? ¿O actuará guiado por los valores éticos que se ha comprometido sostener?
Porque al momento de mostrarnos indiferentes cuando quebrantemos dicha declaración, habremos suplantado un valor por otro. Y ello no pasará desapercibido para los miembros de la empresa.
No se trata entonces de qué es lo que pasa cuando cumplimos los valores (situación ideal), sino de qué pasa cuando no lo cumplimos.
Tengámoslo muy presente entonces al momento de escribir esta declaración, ya que como dice el refrán:
“Quien no está dispuesto a vivir como piensa, terminará pensando cómo vive”.