Una vieja máxima del management sostiene: “Las personas no abandonan a las organizaciones. Abandonan a sus jefes”.
Para evitar llegar a ese punto, directivos y dirigidos deberíamos plantearnos algunas cuestiones que, ejercitadas a tiempo, nos ayudarán a mantener la armonía.
En “Managing your boss”, John J. Gabarro y John P. Kotter proponen algunas estrategias para vincularnos saludablemente con nuestros jefes.
Comprender a nuestro jefe: Deberíamos hacer un esfuerzo para apreciar los objetivos de nuestro jefe y reconocer las presiones a las que se encuentra sometido. Intentar comprender su perspectiva nos permitirá ver la realidad con otros ojos y ser tolerantes a determinados comportamientos.
Reconocer que nuestro jefe es humano: Como todo ser humano, nuestro jefe es falible. Su tiempo no es ilimitado ni posee todo el conocimiento que quisiera (o quisiéramos), ni una percepción extrasensorial u omnipresente que los coloque “más allá del bien y el mal”.
Cuando nuestro jefe toma una decisión que nos parece injusta o autoritaria, no deberíamos suponer que lo hace para perjudicarnos. En muchos casos, la decisión se explica por una falta de conocimiento de nuestras ideas y sentimientos.
Nuestro jefe no es nuestro enemigo: Aunque determinados intereses nos enfrenten, siempre debemos tener presente que formamos parte del mismo equipo.
Gabarro y Kotter sugieren que las relaciones útiles con los jefes se caracterizan por expectativas mutuas que ayudan a la productividad y la efectividad.
Como en toda relación, el vínculo se construye de a dos: nuestro jefe debe aportar el 50%. Pero la otra mitad somos nosotros. Así, si el trato con nuestro jefe es malo, antes de echarle la culpa de todos nuestros problemas, deberíamos reconocer que la mitad de la responsabilidad es nuestra.
Entonces, podríamos preguntarnos: ¿Qué hemos hecho para mejorar la relación?
Por otro lado, cuanto más conozcamos a nuestro jefe, más herramientas tendremos para vincularnos con él. Así, uno de los aspectos a definir es qué tipo de jefe nos ha tocado en suerte.
Según Peter Drucker, hay dos tipos de jefes: los que “escuchan” y los que “leen”.
Los que “escuchan” prefieren recibir la información en forma verbal. A ellos habrá que hablarles y transmitirles nuestras inquietudes mediante un buen uso de la oratoria, dialogando personalmente.
A los que “leen”, por el contrario, habrá que presentarles reportes escritos claros y metódicos.
En todos los casos, habrá que practicar el sentido de la oportunidad. Algunos jefes prefieren los reportes verbales para ciertas cuestiones y los escritos para otras. Así, hay que aprender a adaptarse con habilidad a esas necesidades cambiantes.
Finalmente, una de las peores pesadillas para un jefe es estar rodeado por colaboradores en quienes no puede confiar.
Por eso, una de las estrategias fundamentales para construir una buena relación es generar la seguridad y tranquilidad necesarias como para que él pueda delegar en nosotros con plena confianza, encontrando una auténtica ayuda y no una amenaza.
Para esto, debemos mantenerlo informado permanentemente de lo que estamos haciendo, y utilizar selectivamente su tiempo y sus recursos.
El objetivo será siempre desarrollar y mantener un vínculo honesto y superador que se ajuste a las necesidades y al estilo de ambas partes. Este enfoque reconoce la potencialidad del colaborador como uno de los actores principales de la relación y le atribuye la capacidad de modificarla.
En definitiva, construir una relación balanceada implica plantearnos algo más difícil que manejar a nuestro jefe. Para empezar, debemos ser capaces de manejarnos a nosotros mismos.