Hace un tiempo, me llegó a través de Internet una consulta que decía más o menos lo siguiente:
“Cuando asiste una persona a realizar un proceso de coaching viene con el ego muy maltratado. Al yo ser psicóloga tengo que estar evadiendo la parte psicológica y llevar al candidato a la parte empresarial. Pero una parte afecta a la otra. ¿Qué me recomiendas? ¿Enviarlo a mi consultorio, o recuperarlo profesionalmente mediante el coaching?”
Lo primero que pensé fue: ¿se pueden separar la “parte psicológica” de la “parte profesional”?
La respuesta la tenemos todos por experiencia: nuestra subjetividad afecta directamente lo que hacemos, y lo que hacemos afecta directamente a nuestra subjetividad.
Si nos sentimos bien, nos va bien en el trabajo, y si nos va bien en el trabajo, nos sentimos bien.
En un proceso de coaching es inevitable que afloren subjetividades (lo que sentimos, desde dónde hablamos, cómo vemos el mundo). Esta es la “masa” con la que hay que trabajar.
Pero, si quien concurre necesita psicoanálisis más que coaching, corresponde explicitarlo y acudir a un profesional competente.
La esencia del coaching es ayudar al otro a lograr sus metas.
Es un proceso de acompañamiento similar al de un entrenador de tenis o de golf (justamente, de ahí proviene el término) que trabaja a la par del “jugador”, observando su “juego”, escuchando, acordando metas e implementando acciones de mejora.
En el deporte, se trabaja cada vez más con “el factor psicológico” pues se sabe que incide directamente en los resultados. ¿Por qué no se haría lo mismo en las prácticas profesionales?
No obstante, actualmente existe cierta confusión respecto a qué es el coaching, ya que la palabra se utiliza para nombrar prácticas de lo más diversas:
-un directivo contrata un coach personal por voluntad propia, con el fin de mejorar su capacidad de liderazgo.
-una empresa contrata un coach con el fin de mejorar el liderazgo de sus gerentes.
-una empresa entrena a sus jefes en coaching para que ayuden a sus equipos a alcanzar mejor los objetivos.
Todos son coaching, pero de distinto grado.
La diferencia entre ellos es, fundamentalmente, una pregunta: ¿quién decide las metas?
En el primer caso las decide el “jugador”. En el tercero, la empresa. Pero todos deberían brindar el espacio para que cada participante pueda replantear su situación actual y adónde quiere llegar, para intentar congeniar las metas individuales con las organizacionales, o ponerse nuevos objetivos.
Un buen coaching debe ayudar a la gente a encontrar su propio camino. Si este no se toca en ningún punto con los de la organización, es una buena oportunidad para abrirse.
Si se descubren coincidencias, el compromiso es mayor y los resultados poderosos.