La experta en marca empleadora, Carolina Borracchia, asegura que existe este valor incluso en los trabajadores que, frustrados, cumplen por automatismo. A lo largo del tiempo es necesario cambiar el contrato emocional inicial, y no solo tratar de mantenerlo
Otra vez lunes. Suena el despertador. El lunes acecha. El descanso del finde semana terminó, y es hora de retomar las actividades.
Hay dos formas extremas de experimentar ese momento. Una es con resignación, maldiciendo porque se acabó el recreo y es hora de volver a las actividades que nos permiten sostener la vida, que se desarrolla cuando no se está trabajando.
La otra forma es con alegría. Volver a la parte de la vida que es el trabajo, a ver a las personas con las que se forma equipo, retornar a actividades, que aun siendo realizadas con exigencia, pueden generar placer.
Está claro que no es una cuestión de elegir entre dos actitudes. No voy a decir que todos deben ser felices en su trabajo, aunque sea una máxima a la que está bien aspirar.
Cuando me levanto y voy al trabajo, es porque tengo compromiso. No necesariamente grande. Puede ser sólo automatismo. Pero algo, aunque sea mínimo, me impulsa a seguir ahí en lugar de buscar otros horizontes. Tal vez lo mismo que hizo que la compañía y yo nos eligiéramos mutuamente en algún momento u otra cosa.
Es posible, también, que no tenga el mismo compromiso que alguna vez tuve, o que aspiré a tener. Que el trabajo sea sólo “un trabajo” y me importe sólo lo mínimo indispensable. Que me limite a cumplir, porque no siento ningún incentivo para hacer algo más.
Sin embargo, el solo hecho de que siga en ese trabajo implica que existe compromiso. Siempre está. Lo que hace falta es despertarlo.
Una persona con compromiso es alguien a quien le importa lo que hace. No se limita a cumplir, sino que hace un esfuerzo mayor. Tiene en la cabeza lo que le importa, y quiere que su tarea esté bien hecha. Se exige más allá de lo que es exigida. Da lo que en algunas compañías llaman “la milla extra” (en inglés, “the extra mile”).
Muchas veces el foco de la preocupación sobre el talento está puesto en la atracción. Hacen muchos esfuerzos para atraer talento, pero también es necesario mantener el talento que se atrae.
El compromiso, cuando existe, es tan poderoso que sigue existiendo incluso cuando el empleado se desvincula. Puede cambiar de empresa, pero el compromiso no se transfiere.
Las personas que han trabajado en una compañía que sienten que las ha formado, aun cuando desarrollan posteriormente su carrera en otras firmas, tienen gratitud por aquella anterior.
Las corporaciones, muchas veces, tratan de mantener el contrato emocional inicial, o piensan que se mantiene. Pero los empleados van cambiando. Es necesario tener en cuenta ese contrato, y generar nuevos.
La “milla extra” es invisible a los ojos. El empleado que la da es el que, probablemente, si se le pregunta su horario dice “de tal hora a tal hora”, pero mientras se ducha, maneja o mira fútbol, se le ocurre una idea, algo que no terminó de resolver en la oficina.
Eso afecta la performance en el trabajo, pero en sí mismo no se ve. Lo que ocurre es que el empleado está pensando en la empresas, y la firma piensa que eso sólo se devuelve a través de cosas concretas.
Hay una idea general de que lo que quieren los empleados es ganar más. Y lo quieren, pero también quieren lo intangible. Quieren reconocimiento, gratitud. Y no estoy hablando de adictos al trabajo. Es algo más parecido al proceso creativo.
No se trata de algo lineal, sino de alimentar al hemisferio derecho del cerebro, que trabaja a su ritmo, y en momentos de relajación o distensión da con las respuestas que buscábamos.
Las compañías no trabajan sobre la gratitud. Se perciben bastante “ingratas”. Agradecer y no pedir nada a cambio es un gesto que no es muy practicado por las compañías. Hoy la relación es desigual.
Las empresas están hechas por personas. La gente de RR.HH. trabaja muy fuertepara mejorar la relación con los empleados. Incluso, su trabajo es invisible.
El compromiso no se construye desde la parte “hard”: cosas concretas, cuantificables, como los programas de beneficios. Hay una parte “soft”, que es la que más les falta a las compañías.
El compromiso es un sentimiento, y como tal, no se “trabaja” desde lo concreto. Es como en una relación de pareja. Lo que la sostiene es el diálogo, la contención, la palabra justa. No se mantiene sólo con regalar flores. Son bienvenidas, pero con flores solas no hacemos nada. Lo importante es el sentimiento que está atrás.
Y las compañías están muy paradas en esa clase de cosas: el viernes flexible, el préstamo hipotecario, los cursos. Todo eso está muy bien, pero también es necesario trabajar en la relación, concentrándose menos en el aspecto de intercambio y más en el “humano”.