Se podría decir que el dinero es uno de los inventos más grandes de la humanidad. A pesar de la proliferación de otras formas, particularmente en el último siglo, el pago “en efectivo” tiene ciertas características que no tienen los otros métodos alternativos. Podemos citar algunas: la posibilidad del anonimato, la compensación inmediata y el hecho de que sea aceptado universalmente (en especial si nos referimos al dólar o al euro).
Asimismo, podría utilizarse incluso si el mundo se quedara sin energía eléctrica. No obstante, a pesar de todos estos aspectos maravillosos, según un reciente estudio publicado por The Economist, hay cada vez más economistas que insisten en la teoría de que los billetes llegarán a su fin, incluso por razones de higiene.
Se deben de estar preguntando: “¿por qué tanta importancia?”. La mejor respuesta se puede encontrar en un libro llamado la The Curse of Cash (Maldición del Efectivo), de Kenneth Rogoff, publicado recientemente en los Estados Unidos. El autor, profesor de Política Pública en la Universidad de Harvard y ex economista jefe del FMI, explica el lado oscuro del dinero, el cual en el actual escenario tecnológico, todas sus excelentes cualidades no tienen efecto.
Rogoff habla sobre dicho “anonimato” respecto del uso del dinero. “Podría ser algo positivo si no hubieran delincuentes en la faz de la tierra.” Pero existen, y por cierto, ¡hay muchos! Y el llamado “dinero contante y sonante” es la mejor manera de financiar actividades que involucran el tráfico, el fraude y el terrorismo.
De acuerdo con el economista, en este preciso momento hay más de US$1,4billones de billetes en circulación fuera del sistema bancario. Para aquellos que trabajan en el sector financiero, y que ven más y mejores herramientas electrónicas en contra del fraude, la cifra es simplemente pasmosa. Nada puede ser peor para los ciudadanos que cumplen con sus obligaciones, dejar su dinero a la buena fe. Sin embargo, sabemos que parte de este monto considerable no está en manos honestas.
Rogoff también sostiene que un mundo sin dinero (en donde la gente compre productos y servicios, pague cuentas, y haga todo tipo de transacción monetaria exclusivamente mediante tarjeta de débito o crédito o sistemas de pagos digitales) haría más efectiva la política monetaria del país. Además, la seguridad de la operación es una realidad palpable que reduce sustancialmente el costo de cada operación (y ni si quiera lo estoy comparando con el costo de producir dinero).
Muchos de los que odian la idea del final del dinero consideran que la población no bancarizada es un problema, que incluso los marginaliza aún más. Estamos de acuerdo, pero con los sistemas actuales la gente que tiene un teléfono inteligente también tiene una cuenta virtual, sin necesidad de tener un vínculo con los bancos o entidades financieras, lo cual reduce el problema.
También están los que dicen que las iglesias y las ONG sobreviven gracias a las donaciones, y que en su mayoría son anónimas, incluso porque, según una investigación de IDIS para el Instituto Ayrton Senna (con el respaldo de PayPal), más del 50% de las personas prefieren que sus donaciones estén en el anonimato. En otras palabras: creen que deberían hacer el bien sin necesidad de que nadie los esté mirando. De hecho, ya se puede donar electrónicamente de manera sencilla, segura y anónima. En definitiva, siempre hay maneras de hacer feliz a todo el mundo.
También están los que simplemente disfrutan de tener dinero en su bolsillo, para comprar una goma de mascar o pagar un almuerzo. No hay duda de que esto pareciera ser la excusa de mantener los billetes y monedas en circulación. Ya que no importa dónde está el dinero (en un billetera, en el bolsillo o debajo de las múltiples capas de la tecnología del mundo virtual), éste sigue siendo única y exclusivamente suyo.