Un hombre se para frente a una audiencia, pasa en una pantalla distintos slides de un PowerPoint y los lee. Uno de los asistentes bosteza, otro mira su teléfono celular y un tercero piensa si dejó la llave de gas cerrada en su casa. ¿Puede considerarse a este encuentro una “presentación”? Desde luego que no.
La presentación como herramienta, bien utilizada y empleada, gana cada vez más valor como un espacio potente para generar cambios en las organizaciones: un ámbito donde se busca motivar a los asistentes (sean miembros del equipo, clientes, proveedores o accionistas), involucrarlos en distintos proyectos y asegurarse de que los mensajes les lleguen de una manera contundente. Para que todos esos objetivos sean alcanzados, es necesario que el orador pueda transmitir sus ideas de manera impactante y clara. Si no, sólo quedará una sensación de pérdida de tiempo, para los presentadores y para los espectadores. Es que históricamente las presentaciones se pensaron como un espacio informativo. Aún hoy, en una gran cantidad de casos, suelen ser muy extensas y sobrecargadas de datos.
Pero eso está cambiando. Una herramienta comunicacional tan poderosa no puede estar tan desaprovechada. Hoy las empresas pueden “poner en valor” las presentaciones, utilizarlas para transmitir contenido estratégico que apunte a mejorar variables del negocio. Ya no más presentaciones “para cumplir”, como la descripta al principio de este artículo.
En este nuevo escenario, el rol del orador es clave. En general, se trata de una persona común, formada en algún campo del management, de la ingeniería o de los negocios, que de repente debe enfrentar un público y, en el tiempo del que dispone, cautivarlo y llevarle su mensaje. Semejante desafío hace aflorar miedos, falta de confianza, timidez, nerviosismo… Sin embargo, todos tenemos la capacidad natural de comunicarnos en el plano personal. Por lo tanto, hay que buscar la forma de llevarla al espectro público.
Una experiencia exitosa es la de incorporar metodologías propias del teatro en la formación de los ejecutivos que deben dar presentaciones. Así, por ejemplo, a través de role playing y otros juegos teatrales se apuesta a que el orador pueda ponerse en el lugar del otro y tener en cuenta sus intereses para construir un mensaje “a medida”, con un gran impacto en quien lo escucha. Del mismo modo, se incorporan diferentes herramientas para el abordaje de cada paso de una presentación, de forma tal que el responsable pueda relajarse, ganar confianza en sí mismo, adoptar una postura corporal positiva y, en definitiva, disfrutar de la actividad.
Este trabajo no incluye sólo el momento de pararse frente al público, sino que abarca desde la preparación y el diseño de la presentación.
Si luego de estos aprendizajes apoyados en el conocimiento que otorga el teatro, es el mismo orador el que bosteza, mira su celular y piensa si dejó abierta la llave del gas en su casa mientras revisa su viejo PowerPoint, la tarea fue exitosa: estamos frente a un ejecutivo que incorporó la pasión por transmitir su mensaje. Sin dudas, así será recibido por su audiencia.