¿Cuál es la independencia a la que aspiramos las mujeres, y qué autonomía es la que consideran los hombres que debemos tener? ¿Cómo va a trazar un camino con el hombre si ella misma no está plena individualmente?
Aunque la mujer ganó muchos espacios de poder, es el hombre el que sigue dominando el mundo. El dominio del hombre podría originarse en algún dolor primario, en algún sufrimiento oculto, y en la falta de aceptación en su alma de la realidad de haber nacido de una mujer. Es ella la que le da cada una de las moléculas al género masculino. Además, es posible que históricamente la mujer haya inferido sufrimientos en el niño varón, que luego se convirtió de víctima en victimario.
Desde entonces hasta nuestros días, estamos enfrascados en una lucha inconsciente o consciente de varones contra mujeres que disputan por el poder. Pero la felicidad de ambos está muy lejos de los roles de los dominantes y las sometidas. Justamente para ser felices, una de las bases es ser independientes, porque la felicidad se asienta en las libertades compartidas de dos individuos totalmente evolucionados.
El sometimiento se transmite genéticamente
Si hablamos de lo que ocurre en el mundo con relación a la emancipación de la mujer, son pocos los países más desarrollados donde ella alcanza verdaderamente un estado de libertad. Podemos afirmar que el sometimiento femenino es una enfermedad hereditaria.
En el fondo, la mujer está marcada por la herencia de miles de generaciones que dejan en su ADN la memoria celular de la desvalorización. Y si bien la mujer ganó la calle, a nivel laboral, y también en las grandes ciudades a nivel social y político, igualmente el poder lo sigue teniendo y monopolizando el hombre.
La independencia es una decisión interior que luego se revela en miles de decisiones que se toman día a día, pero el sometimiento es una enfermedad que todavía se hereda, y en el caso de las mujeres se transmite de madres a hijas. Desde los conocimientos que hoy nos da la biología, consideramos que el sometimiento se transmite a nivel epigenético.
¿Cómo piensa una mujer sumisa? La mujer sumisa es machista, y piensa conscientemente o inconscientemente que realmente es un drama ser mujer. Este modelo de mujer obediente es educada para dar placer y servir sexualmente, sin gozar ella misma. Por eso, en la frigidez más extrema y en la anorgasmia, la mujer posee un machismo inconsciente.
Es muy común que las mujeres que logran ser independientes, cuando están en el área de la intimidad, tengan una total pérdida de la libertad por la sumisión acarreada desde su inconsciente.
De hecho, hay mujeres que en su vida sexual todavía fingen orgasmos, y esto responde a los complejos de inferioridad. Sienten que tienen que servir al varón y se guardan su insatisfacción sexual. Así repiten a nivel íntimo la historia de la humanidad. Hoy conocemos que la energía sexual no desarrollada puede generar problemas crónicos, que primero serán mentales y luego físicos.
La mujer debe saber que todo su cuerpo siente el placer sexual, y que la erotización tiene características de globalidad y de lentitud, porque sus tiempos son muy diferentes a los del hombre. Además, requiere pausalidad y suavidad. Ella tiene la necesidad de comunicación verbal y táctil, mucho más que el hombre. Todos estos detalles que son el preludio de un orgasmo y son absolutamente necesarios para alcanzarlo.
Del papá protector al marido proveedor
Todavía la mujer, en la mayor parte del mundo, no sabe encarar sola el desafío de la vida y aún le tiene miedo a la propia individualidad. Lo cierto es que la liberad siempre va paralela a la toma de responsabilidades, y en eso el varón tiene muchísima experiencia. Nace con ese mandato, lo toma y lo sabe desarrollar.
Por su parte, muchas mujeres esquivan la incomodidad de la responsabilidad porque carecen de un yo femenino interno, estable, maduro y constante, que no cambie ni se disminuya por estar al lado de un hombre.
La incomodidad de la responsabilidad la podemos asociar con el síndrome de Peter Pan, pero con los mandatos que tiene la mujer de sus anteriores generaciones. Para estas mujeres el crecimiento, el tránsito de la pubertad y adolescencia a la adultez, es un desafío infranqueable. Por eso, prefieren pasar de un papá protector, a un marido proveedor de todo lo material y responsable de la toma de decisiones.
De este modo, quedan apoltronadas dentro de la frase “Vos te encargás de la casa y los futuros chicos, y yo me encargo de conseguir el dinero”. Por supuesto que es una gran responsabilidad crear y cuidar una familia, pero cuando vemos mujeres que siguen pesando en ser mantenidas por el hombre bajo este mandato, reconocemos una comodidad encubierta y el miedo a tomar el desafío de la propia vida.
Asumir la responsabilidad siempre es incómodo, pero el paso de la adolescencia a la madurez significa que la mujer deja de ser niña para tener la independencia de gobernar su existencia.