Cuando Penelope Gazin y Kate Dwyer decidieron empezar su propio e-commerce de arte alternativo, sabían que no iba a ser fácil. Las jóvenes oriundas de Los Ángeles arrancaron el proyecto con algunos ahorros y casi nulos conocimientos tecnológicos. Sin embargo, el ajustado presupuesto no fue uno de sus mayores obstáculos, sino el poco apoyo y la sutil discriminación que recaía sobre su proyecto Witchsy- por el hecho de que sus fundadoras fueran mujeres. La solución que encontraron fue inventar un tercer co-fundador hombre, Keith Mann.
La idea surgió cuando estaban armado el proyecto. A medida que avanzaban, notaban que los diseñadores y programadores con los que trabajaban –en su mayoría, hombres– usaban con ellas un tono condescendiente, eran lentos para responder sus emails y no tomaban sus directivas en serio. Cuando Keith comenzó a responder los mails, todo cambió. “Fue como si de la noche pasáramos al día”, relataron Gazin y Dwyer a Fast Company. “Keith no solo recibía respuestas inmediatamente sino que le preguntaban si necesitaba algo más”, relatan.
Durante los 6 meses en los que funcionó el experimento Keith, notaron cómo cambiaba a la mirada de la gente sobre Witchsy. “Realmente nos sorprendió que un hombre imaginario generara más respeto que nosotras pero en vez de frustrarnos decidimos tomarnos el hecho con humor. Lamentablemente así funciona el mundo en el vivimos”, explican las emprendedoras . “Nos alegra que la historia de Keith sirva para mostrar la discriminación sexista en el mundo de la tecnología y los negocios”, concluyen. Witchsy –que ya lleva un año de vida- vendió US$ 200.000 del valor de su arte, pagando a sus creadores el 80% de cada transacción.
Fuente: Apertura