El estrés se define como un estado de fatiga física y psicológica del individuo, provocado por exceso de trabajo, desórdenes emocionales o cuadros de ansiedad. Aunque en ocasiones constituye el motor de nuestras vidas, es ante todo uno de nuestros más feroces enemigos. Frente al estrés, el organismo humano reacciona tanto en el aspecto biológico como en el psicológico. Es una reacción del organismo en la que entran en juego diversos mecanismos de defensa para enfrentar una situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada.
Las diferentes definiciones de estrés apuntan a la persona como individuo, pero también puede aplicarse a las empresas, como una manera de responder a los estímulos y desafíos del contexto. Un modo de reacción de la organización como un todo a las circunstancias y situaciones que enfrenta la empresa en un contexto dado.
Cada empresa resuelve a su manera los problemas que plantea la realidad. Para ser más precisos, no todos los empresarios hacen la misma lectura y evaluación de las circunstancias en las que se encuentran inmersos. Así, algunas empresas logran desarrollar respuestas más eficaces que les permiten sobrevivir y crecer, en contraposición a otras que se estancan.
Tenemos por un lado el contexto -con sus variables, tendencias y estímulos-, y por otro, la empresa, sus sistemas y modos de vincularse con el mercado al que asiste. El mayor o menor grado de estrés de una empresa dependerá de la combinación de condiciones y recursos de la organización, con el medio en el que se desempeña. Como se suele decir, algunos se ahogan en un vaso de agua, mientras que otros encuentran las herramientas internas y externas para crecer en la incertidumbre. De esto depende la mejor o peor calidad de resolución y abordaje de los problemas cotidianos.
¿Cómo se manifiesta el stress en la empresa?
– Tiempo dedicado a tareas menores, sólo operativas, dejando de lado lo clave de cada sector.
– Dispersión general y desánimo. Falta de motivación, liderazgo y de orientación a la acción.
– Mensajes contradictorios. Un barco que cambia de rumbo según sople el viento cada día.
– Búsqueda de una diversificación en productos y servicios equivocada. Abandono de la especialidad e identidad que le dio origen.
– Confusión en los números, pérdida de datos claves. Pérdida de rentabilidad y flujo de caja.
-Política de precios errática, arbitraria y confusa. Perdida de beneficios.
– Rigidez general para adaptarse a situaciones cambiantes. Falta de velocidad de reacción.
– Estado deliberativo y de conflicto permanente, en particular sobre temas secundarios y de escaso valor para los negocios.
– Confusión en los roles y en el ejercicio de la autoridad.
¿Qué hacer cuando la empresa sufre estrés?
1. Definir un objetivo simple, de corto plazo, medible, sencillo de cumplir y con el cual los máximos responsables se puedan alinear. Es conocida la estrategia de los equilibristas: si miran a los costados mientras avanzan, se caen. Para mantener el equilibrio, deben mirar un punto al frente y de este modo logran atravesar el peligro.
2. En este proceso de definir y compartir metas simples, es importante asumir un rol de liderazgo, mostrar un camino, una línea de acción, que más allá de las palabras, se exprese en los hechos cotidianos.
3. Simplificar: recuperar el manejo y dominio de la empresa. Volver a fortalecer los productos y servicios de mayor margen y rotación, aquellos en los que el mercado reconoce diferenciación. Frenar o abandonar los de menor margen. Recordemos que, a diferencia del dicho famoso, en estos momentos lo que “abunda daña”.
4. Precios: aprovechar aquello que nos distingue, hace a nuestra identidad y tiene demanda. Comencemos un proceso de políticas de precios diferente a lo acostumbrado. Una política de precios nueva, que no sea una simple suma de porcentajes a los costos, y así aprovechar nuestras fortalezas, y mejorar el flujo de caja.
5. Generar pequeñas sociedades internas, para encarar y resolver problemas puntuales, y establecer objetivos de mejoras simples y medibles. Tenemos que propiciar un estado de confianza y complementación, y no de aislamiento y competencia interna.
6. Mantener una línea de comunicación y mensajes internos que priorice la coherencia. Esto significa estar alertas a las decisiones contradictorias entre sí, que generan desorientación y falta de motivación ante las perspectivas inciertas hacia el futuro, producto de la incoherencia sistemática.
7. Conocer en detalle los números de la empresa. Es un buen momento para ser claros, los errores se pagan caros en este ítem. Conocer la estructura interna básica para poder funcionar y ser racionales a la hora de resolver quiénes serán parte de ella. Esto quiere decir, saber quiénes son los que aportan más valor a la empresa para su continuidad.
8. Recuperar la calle. Siempre contar con información, sobre nosotros y nuestra competencia. Mejorar y profesionalizar al máximo el equipo de ventas, para poder resolver con más éxito las situaciones que se presentan. Hacer más efectivo y provechoso el tiempo y la administración de la clientela.
9. Flexibilidad y velocidad. Son valores clave para sobrevivir y crecer. Ejercitemos estas habilidades. La rigidez y lentitud van a contramano de construirse un lugar en el futuro. Lo que hoy existe como parte de nuestra cartera de productos y servicios, es posible que en el mediano plazo ya no tenga cabida. Tenemos que desarrollar la habilidad y capacidad de anticipar y prever los escenarios futuros, y cómo nos vamos a desenvolver en ellos. Esto nos permitirá construir el tejido interno para sobrellevar las situaciones adversas y estresantes que de manera cotidiana debemos enfrentar.
El estrés se combate con una preparación y defensas internas del sistema, que permitan sobrellevar y atravesar los múltiples desafíos actuales y futuros, que para el mundo empresario, serán cada vez mayores, en cantidad y complejidad. No son los más aptos ni los más inteligentes los que sobreviven, sino los que se adapten mejor a los cambios.