Tras el escándalo al que se enfrentó Sony por el espionaje cibernético al que fue sometida (y que hizo que la compañía viese como la red se llenaba de mails confidenciales filtrados, como salían a la luz datos personales de sus estrellas y como demasiadas cosas que no debían saberse eran de pronto sabidas), los directivos de la firma decidieron tomar una decisión sorprendente y bastante impresionante y dieron el salto de vuelta atrás a por lo menos unas décadas. Viejas BlackBerrys fueron rescatadas de los almacenes porque su sistema de correo emplea un encriptado propio, pero además los gestores de la firma tuvieron que recuperar las viejas libretas de cheques para pagar a los empleados. Empleados, por otra parte, que tuvieron que echar mano de las libretas de toda la vida para trabajar, en vez de encender su ordenador.
En el caso – muy comentado – de Sony, fue un ataque informático el que hizo que la firma se lanzase en brazos del papel, de los viejos dispositivos tecnológicos y de las máquinas de fax, pero lo cierto es que no es la única compañía que en los últimos tiempos se ha enfrentado a una vuelta al pasado. Otras también lo han hecho, aunque por razones menos dramáticas que las de Sony. Hay quien apaga de vez en cuando la tecnología (como hizo aquel periodista de The Verge durante un año) para saber si esta está cambiando demasiado su vida. Y hay quien lo hace porque teme que todo el universo tech esté acabando para siempre con la creatividad. Y la creatividad, en industrias como la de la publicidad, es un bien que hay que custodiar.
Eso es lo que hizo una agencia publicitaria estadounidense. LPK, una firma de publicidad de tamaño considerable y con cuentas millonarias (véase Procter&Gamble), apagó durante un día al completo todos los dispositivos electrónicos para ver cómo la vuelta total a lo analógico afectaba a sus modos de trabajo.
Los trabajadores tuvieron tiempo para prepararse (pudieron imprimir todo aquello que iban a necesitar y que estaba en sus servidores antes de que se produjese el apagón electrónico) pero cuando llegó la hora de la verdad todos – sin importar que tuviesen conference call transoceánicas – tuvieron que dejar sus dispositivos electrónicos. Portátiles, tabletas, smartphones y similares fueron encerrados, dejando a los empleados de la compañía únicamente con el universo analógico como ayuda. Por apagar, hasta apagaron los medios de comunicación: uno de los trabajadores fue a primera hora de la mañana a buscar los diarios del día en papel al kiosko de la esquina.
Y eso cambió todo el proceso de trabajo: para hacer una sesión de naming tuvieron que echar mano de los Post-its y de un diccionario o los analistas de tendencias tuvieron que trabajar con gráficos impresos. Los resultados del experimento, como publica Quartz, que estuvo presente en la jornada, fue que de entrada fueron más productivos. Las reuniones no se hicieron eternas, porque los reunidos estaban atentos y por tenían distracciones que les hiciesen pensar en otra cosa. Recortaron tiempos y tomaron decisiones más rápido. Además, las cosas se hicieron de forma mucho más sencilla y con menos vueltas y complicaciones: presentar unos resultados no implicó ni PowerPoint ni añadir información de redes sociales. Fue coger los números y simplemente fotocopiarlos.
Aunque para algunos trabajadores estar desconectados de la red y de la tecnología generó estrés (al fin y al cabo, tuvieron que perder el tiempo localizando a los trabajadores con los que querían hablar, por ejemplo), lo cierto es que para otros fue una manera de ser mucho más eficientes. Los departamentos creativos realizan un elevado número de actividades sin que la red y la tecnología sea fundamental, apagarla solo la elimina como fuente de distracción y hace que se centren en lo que realmente se tienen que centrar.
Entonces, ¿es este el ejemplo práctico e indiscutible de que la tecnología está acabando con la creatividad y que apagarla no hará más que traerla de vuelta?
Creatividad vs tecnología, una batalla sin tregua
La creatividad y la tecnología están enfrentadas en una guerra sin cuartel, o al menos eso es lo que se podría pensar si se tiene en cuenta la avalancha de artículos, opiniones y análisis que se están lanzando sobre el tema. ¿Ha conseguido la tecnología anular para siempre el peso del simplemente trabajo creativo? ¿Tiene algún sentido sentarse a simplemente esperar a las musas cuando el big data puede predecir perfectamente lo que el consumidor quiere encontrar?
Al fin y al cabo, el potencial de la predicción ha tocado ya todos los campos y lo que se espera del futuro es desde productos en el supermercado que responden a las necesidades específicas de cada grupo de población hasta novelas en las que el final no va a desilusionar nunca al lector porque estará marcado por lo que el análisis dice que va a ser el elemento determinante para el éxito.
Las listas de síntomas de que la tecnología está tomando la mano de la creatividad son siempre muy largas. En el caso de la industria del marketing abarcan al hecho de que los algoritmos estén empezando a dominarlo todo (hasta el cómo se compra publicidad en televisión), a que la separación de consumidores y el entenderlos venga marcado por ello o a la creciente importancia que las herramientas tecnológicas tienen en el día a día de la industria.
Las empresas de marketing están de hecho gastando cada vez más dinero en nuevas tecnologías, invirtiendo más y más en conseguir herramientas que simplifiquen su trabajo. Según previsiones de IDC, de aquí a 2018 gastarán más y más en tecnología, tanto que solo 2018 invertirán en esas herramientas 32.300 millones de dólares (algo más de 25.000 millones de euros), lo que supone si se tiene en cuenta lo que se está gastando ahora un ratio de crecimiento del 12,4% anual. El software será empleado para gestionar relaciones, producir y controlar contenidos o para captar datos y conseguir así acumular información sobre los consumidores (el tan llevado y traído big data).
Y a esta situación se suma el hecho de que cada vez más los perfiles claramente tecnológicos tienen una elevada demanda en terrenos que hasta ahora solo eran creativos. El futuro de las marcas pasa por hacerse con matemáticos, data scientist, futuristas o expertos en dispositivos móviles. Ellos serán los que tomen por asalto el terreno de la gestión de la marca.
Pero la creatividad no está moribunda
Pero aunque las pistas podrían indicar que la creatividad está un tanto herida de muerte, lo cierto es que no está por completo moribunda. Lo cierto es que el ser humano es creativo y aprecia los esfuerzos de creación de los demás. Uno de los anuncios que más éxito ha tenido en los últimos años y que se convirtió en un viral, el de Cadbury y un gorila, fue rechazado antes basándose en todos los análisis predictivos y techies que se podían aplicar. La ciencia decía que no iba a llegar al consumidor. Pero el consumidor recibió encantado una idea tan creativa.
Además, no hay que dejar que la tecnología ciegue. Las herramientas tecnológicas son capaces de dar información y de crear respuestas muy fiables y muy eficaces pero no son capaces de verlo aún todo. No hay más que fijarse en una de las corrientes emergentes dentro del big data. ¿Cuáles son los profesionales que los expertos en big data empiezan a recomendar como fichaje indispensable para conseguir triunfar? Su nombre es data artist y ni es un matemático ni es un científico. El data artist es simplemente un espíritu creativo. De hecho, el perfil que tienen estos profesionales se aleja mucho de lo que se da por sentado en el mundo de los analistas de datos. Muchos de ellos vienen del terreno del arte, o de los museos, y son fichados porque son capaces de ver más allá de los números, de los totales de información.