El fin de año se acerca a pasos acelerados, llegan los tiempos de cerrar proyectos y trabajos, de rendir exámenes y de hacer los no siempre satisfactorios balances. El nivel de estrés se eleva y casi nadie puede abstraerse de esa sensación de agobio. Sin embargo, es imprescindible detenerse y prestarle especial atención.
“Cuida tu cerebro, porque tarde o temprano te pasará la factura”. Pasaron más de cuarenta años y la frase de aquel profesor, que escuché cuando comencé mis estudios universitarios, resonó en mi cabeza durante toda la vida.
En función de mis experiencias y de lo que he aprendido durante años de investigación sobre el sistema nervioso, me permito decirte lo siguiente: si tú eres una persona que vive estresada, “no tienes tiempo” para el ejercicio físico, el deporte o las actividades aeróbicas, comes cualquier cosa y a deshora, duermes poco y mal, estás a menudo de mal humor y, lo que es peor, fumas… por favor, detente y reflexiona.
El término estrés alude a todo factor externo e interno que propicie fuertes estados de tensión psicológica y ansiedad que se traducen en malestares emocionales y físicos, disminuyendo el desempeño de las funciones ejecutivas del cerebro debido a dificultades en la atención, la concentración, la memoria y la toma de decisiones.
En algunos casos (los menos) el estrés es saludable, de hecho, las respuestas de lucha o huida ante una situación peligrosa ha salvado la vida de muchas personas. En otros, cuando hay sobre carga continua de ansiedad y tensión, puede resultar nocivo si no se controla.
Las investigaciones en neurociencias confirman día a día que el estrés, en sus diferentes variantes de intensidad y duración, produce daños en el cerebro. Algunos son reversibles, siempre que se tome consciencia y se realice un profundo cambio en la forma de pensar y el estilo de vida. Otros pueden ser muy graves (caso de la muerte neuronal y los accidentes cerebrovasculares). A saber:
Puede producir daños en la corteza prefrontal, disminuyendo los recursos cognitivos se necesitan para procesar la información, analizarla y tomar decisiones.
Cuando el estrés se convierte en crónico, uno de los sistemas más vulnerables es el de la memoria episódica. Por ello algunas personas afectadas no pueden recordar qué hicieron dos o tres días antes, otras olvidan la sartén en el fuego y otras pierden tiempo constantemente buscando sus gafas.
Puede alterar los niveles de serotonina, afectando el estado de ánimo, los ciclos de sueño y vigilia y la actividad sexual.
Cuando el estrés es temporal (caso de las tensiones laborales, de pareja o familiares) tiene remedio en el corto plazo, siempre que se implementen los cambios necesarios. Cuando es acumulativo, puede producir un deterioro grave tanto en las funciones cerebrales como en la salud del organismo en general.
Los hábitos y el estilo de vida se reflejan en el cerebro. La mala alimentación, la pobreza en las relaciones sociales, los apagones emocionales y la rutina no son buenos para el cerebro. Tampoco las drogas, el alcohol y el cigarrillo y las relaciones personales “tóxicas” (caso de las parejas eternamente conflictivas, por ejemplo).
Lo que es tóxico para el cuerpo también lo es para el cerebro. Por ejemplo, si comienzas el día sin desayunar, bajarán tus niveles de azúcar en sangre, lo cual no es bueno para el desempeño de las funciones ejecutivas. Si desayunas en exceso e incluyes fritos y grasas no solo tú estarás lento, también lo estará tu cerebro.
Tampoco es bueno para el sedentarismo físico e intelectual. Del mismo modo que el ejercicio físico oxigena el cerebro y reduce los niveles de estrés, el ejercicio intelectual moviliza las neuronas y evita su deterioro.
El cerebro es la creación más maravillosa de la naturaleza y el esfuerzo por cuidarlo y prestarle atención merece la pena.