“Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro” escribió hace tiempo Albert Camus. La claridad en la etapa actual de sobre comunicación es una necesidad estratégica, un objetivo imperioso, un factor de supervivencia. Por la década de los noventa, cuando aún internet no estaba tan expandida, la velocidad y cantidad de la comunicación era considerada un problema. Se tornaba complejo ocultar o instalar solo la verdad intencional, pero aún existía una frontera o un espacio incierto sobre el pasado de las empresas, aún se podía construir una historia oficial. Más aún respecto de lo que sucedía dentro de una organización: el control de los medios de comunicación unidireccionales evitaba, salvo excepciones, la difusión de la realidad al interior de las empresas. La frontera desapareció, se borraron los límites, la realidad es inmediata. Las disfuncionalidades de la sobre carga de información que produce la red se amplifican con la inagotable posibilidad de investigar. Es un cambio positivo, surge la necesidad de coherencia por la imposibilidad de la incoherencia.
En este punto la comunicación interna debe construir más que nunca una coherencia y convergencia con la moral, con la ética, en su posibilidad de construcción. Siempre las situaciones internas fueron fuentes de crisis de productividad o imagen, pero los mecanismos sociales en circulación eran más complejos. El “rumor” tenía una velocidad limitada y del interior al exterior de la organización recorría un circuito “paralelo”, “alternativo”.
La develación de malas políticas de recursos humanos, abusos, despidos, violaciones de medio ambiente, divulgación de la realidad de la compañía, dependía del boca a boca o de que el sindicato se decidiera a tomar la iniciativa. La connivencia entre empresas, organizaciones y medios, contenía la “realidad” paredes adentro. Relajaba también el esfuerzo o la convicción por construir una coherencia entre lo declamado y lo existente, total “quién se va a enterar, y si sale LO CONTROLAMOS”. El lugar moral de la comunicación, el riesgo de decisiones o acciones reprochables, la voz del interior no es más un susurro: se convierte en grito en el ágora de las redes sociales. En forma anónima o con firma, grupal o individual, sobre intereses del personal o visiones de las personas sobre el desempeño de la organización. Se constituye un espacio dónde las organizaciones están en tela de juicio constante, dónde el rumor adquiere forma, dimensión, reproducción. Una información consigue adherentes o se instala en el sistema de comunicación de redes de otras organizaciones. Una violación al medio ambiente circula en las redes ambientalistas, los despidos se twitean, se postean. Los medios online están libres de la necesidad de grandes cantidades de pauta para enriquecer a sus dueños. Hay “peligrosos” periodistas independientes hambrientos de publicar lo distinto, que muchas veces es la verdad.
En este punto, Camus advierte con visión de futuro: la claridad es la relación entre la acción y la comunicación, entre el hecho y la descripción, entre la promesa y la concreción, entre las palabras y la jerarquización de las mismas. Una organización no es tal hoy hasta que su realidad no agrupe, no construya un marco moral coherente capaz de “pensar” en sentido social. La acción responsable y coherente ya no es una diferencia, sino que hace la diferencia. La irresponsabilidad y el abuso trascienden hacia la fusión del átomo de la información con sólo apretar la tecla ENTER.