Por estos días, en Buenos Aires genera gran afluencia de público la exposición del escultor Auguste Rodin. En el Museo Nacional de Arte Decorativo queda sellada una relación que el artista tuvo con los Errázuriz, antiguos dueños del palacio que hoy forma parte del “paseo de los museos”.
El mismo Rodin escribió en “Mi testamento”: “El mundo sólo será feliz cuando todos los hombres tengan alma de artistas, es decir, cuando sientan el placer de su labor”.
Felicidad, alma de artistas y placer de la labor, tres conceptos que nos retrotraen al tema planteado en el primer artículo de esta serie: el fin de la carrera laboral.
Decíamos que la nueva dinámica del mercado de trabajo nos obliga a reemplazar el viejo concepto de “carrera profesional” por un término más adecuado como “trayectos o trayectorias profesionales”.
En este marco, hemos observado en las siguientes notas, que los “Amarres” del profesor Edgar Schein se refieren a la claridad y autoconocimiento necesario en cuanto a preferencias, competencias y valores personales a la hora de tomar decisiones laborales.
Ahora bien, las distintas etapas del desarrollo profesional plantean diferentes desafíos.
En la primera fase, el individuo ensaya acerca de sus preferencias y la construcción de competencias adecuadas a la realidad del mercado, siendo la especialización funcional la marca central de la inserción laboral.
En una segunda fase, para aquellos que deciden emprender un camino gerencial o empresarial, se abre un período de desespecialización creciente.
Las capacidades críticas del éxito se modifican. Las habilidades funcionales específicas pierden peso a medida que se incrementa la importancia de factores como las habilidades interpersonales, emocionales, de toma de decisiones y gestión de equipos.
Así, es altamente probable que aquello que fue clave del éxito en la primera etapa, ya no lo sea en la segunda.
En la tercera fase, el desafío radica en aportar sabiduría antes del retiro y en visualizar horizontes cada vez más amplios.
Ahora bien, más allá de este patrón habitual de elecciones, ¿somos realmente dueños de nuestro destino laboral? ¿La adquisición de habilidades directivas generales nos permitirá acceder a los puestos que deseamos (y conservarlos)?
Es evidente que las decisiones profesionales se encuentran fuertemente determinadas por los vaivenes del mercado.
Por ejemplo, una investigación de la escuela de negocios de Stanford destaca el impacto de la buena o mala fortuna sobre la trayectoria de una persona.
Los jóvenes graduados de MBA en un año de crecimiento económico lograban una trayectoria más exitosa que quienes comenzaban su recorrido en medio de una recesión.
Como dice el sociólogo Zygmunt Bauman, vivimos una era de relaciones laborales “líquidas”, signadas por la “managerización” de la conducción empresaria que privilegia la rentabilidad para el accionista sobre cualquier otra prioridad.
En este marco, sostiene Bauman en una nota publicada en la revista Ergo, los puestos se parecen cada vez más a un contrato de alquiler. Su ocupante circunstancial puede ser desalojado sin demasiadas explicaciones cuando cambie el humor del mercado.
Terminar con la idea de “carrera” implica pensar en una identidad laboral que se construye en las sucesivas elecciones personales y no a partir de la empresa en la que se trabaja.
En definitiva, Rodin sostenía que el placer que da la tarea es la base de la felicidad.
Y el placer obtenido en el trabajo parece ser una brújula bastante segura que permita al profesional tomar decisiones ajustadas a sus preferencias, sin dejar su destino expuesto a los caprichos de la diosa Fortuna.
En los tiempos que corren, ésta parece una buena consigna para pensar en la trayectoria profesional, una consigna que se logra con “alma de artista”, lo que requiere (paradójicamente) mucho trabajo.
Ricardo Czikk
Psicólogo y Máster en Educación. Profesor de Posgrado Psicología (UBA)