Cuando en 1598 los primeros navegantes portugueses llegaron al paradisíaco enclave de Isla Mauricio, descubrieron un ave de cabeza grande, del tamaño de un pavo más o menos y de cortas alas que no le permitían volar. Estaban por toda la isla, alimentándose tranquilamente con las abundantes frutas que había en ese paraíso tropical. No tenían enemigos naturales, así que carecían de miedo y no huían ante grandes animales. Cuando estos pájaros veían a los marineros, no los evitaban, sino que seguían comiendo tranquilamente. Los marineros se les acercaban y como no eran capaces de volar, sólo tenían que cogerlos con las manos para llevárselos a la cazuela. Eso les sirvió para ganarse el apelativo de “pájaros bobos” (del portugués, doudo).
Así, en 1681, poco más de 80 años después de la llegada de los primeros europeos a Isla Mauricio no quedaba ni un solo dodo en toda la isla y acabaron por convertirse en un ejemplo de la destrucción de la naturaleza por parte del hombre.
Muchas empresas se parecen a este dodo: compañías de cualquier tamaño, que han crecido en un entorno sin competencia y nunca han tenido enemigos. Cuando una amenaza (un competidor) entra en su territorio (en su mercado), ni siquiera la reconocen como tal, y aunque así fuera, son tan lentas y torpes que no saben volar y huir a otro territorio (diversificarse) y mucho menos revolverse y pelear (competir), con lo que acaban siendo presa fácil de sus competidores.
En un mercado cada vez más globalizado las amenazas pueden venir el día menos pensado de cualquier parte del mundo. Hoy en día con Internet podemos de manera rápida y flexible entrar en contacto con otras personas que están dispuestas a compartir con nosotros algunos de sus bienes mientras no los utilizan. Si mi coche pasa la mayor parte del tiempo aparcado en el garaje, ¿por qué no sacarle un partido económico compartiéndolo con otras personas? Y así aparecen empresas como Uber que acaba siendo el terror de compañías o cooperativas de transportes tradicionales.
Estas transacciones han existido desde siempre. La diferencia es que antes debían hacerse cara a cara, lo que no era fácil, y ahora internet nos lo pone al alcance de un solo clic de ratón, con un coste muy bajo tanto para el que ofrece sus posesiones como para el que las busca. Antes, alquilar por ejemplo una tabla de surf era viable, pero el esfuerzo en tiempo y dinero para conseguirlo casi nunca merecía la pena. Ahora sin embargo, lo único que tenemos que hacer es sentarnos un rato frente a nuestro ordenador. Las redes sociales nos permiten chequear si la persona que nos va a prestar o de la que vamos a tomar prestado algo es de fiar o no y los sistemas de pago online nos facilitan enormemente las transacciones económicas.
Surge así surge la economía colaborativa, que hasta ha sido considerada por la revista TIME como una de las 10 ideas que cambiarán el mundo, y que en realidad no son más que actualizaciones en la era de internet de negocios tradicionales como el de alquiler de coches o un videoclub. Se adapta perfectamente al estilo de vida actual, en el que no se dispone de espacio para almacenar cosas que utilizas muy de vez en cuando y donde probablemente no conoces a tu vecino de al lado así que no puedes llamar a su puerta y pedirle prestado lo que necesitas. Es mucho mejor buscar la página web adecuada, alquilar lo que busques y luego devolverlo a su dueño. Este modelo funciona estupendamente con cosas que sean caras pero que sin embargo estén ampliamente extendidas entre la gente y de las que no se suele hacer un uso continuado: los ejemplos más claros son coches o habitaciones pero está muy extendido alquilar autocaravanas en Suecia, parcelas de terreno en Australia o lavadoras en Francia.
La economía colaborativa está resultando ser un gran negocio para todos. Airbnb, la empresa que pone en contacto gente a quien le sobra habitaciones con personas que buscan alojamiento, alquila 40.000 habitaciones al día en 192 países. Según esta compañía, una persona que alquile su habitación durante 58 noches al año puede obtener más de 9.000 €. Y sin duda las personas que se alojan en estas habitaciones pagan menos que si lo hicieran en un hotel.
¿Y qué pueden hacer los negocios tradicionales ante el auge de la economía colaborativa? ¿Cómo le explicas a un taxista que su competencia directa es el gigante Google? Hay desde luego aspectos regulatorios que deben cuidarse, ya que no parece justo que un hotel tenga que pagar una serie de impuestos y tasas de los que esté exenta la persona que alquila varias semanas al año una habitación. Pero en mi opinión los negocios tradicionales no deberían confiar únicamente en que el regulador les ampare.
Ya hay empresas tradicionales que están entrando en la economía colaborativa. Algunas marcas de material deportivo también alquilan sus productos para usos puntuales. O fabricantes de coches como Toyota o BMW están empezando a alquilar sus vehículos por cortos periodos de tiempo, especialmente los nuevos lanzamientos, de manera que sus mejores clientes pueden probar los nuevos coches en condiciones muy ventajosas para ellos y además la marca obtiene publicidad y ciertos ingresos extras. En estos casos el consumidor confía en el valor de la marca y en su buen nombre como garantía de calidad.
Y sectores como el del taxi también se está adaptando en muchas ciudades, creando por ejemplo aplicaciones que un cliente puede descargarse en su Smartphone y que ofrece servicios similares a los de Uber, con la diferencia de que el vehículo que te recoge es un taxi homologado y con un conductor experto que teóricamente asegura una calidad de servicio superior. Esta es la baza que deben jugar los negocios tradicionales: replicar aquello que los consumidores más valoran de las empresas basadas en la economía colaborativa pero aportando un mayor nivel de calidad y garantía.
En el pasado, las nuevas tecnologías y modelos de negocio no han eliminado por completo la economía tradicional, pero sí que la han modificado sustancialmente. Igual que el comercio electrónico ha obligado a las tiendas y distribuidores a reinventarse, o la aparición de iTunes revolucionó la industria de la música, la economía colaborativa hará lo mismo con las empresas de transporte o turismo, entre otros muchos sectores. O de lo contrario, corren el riesgo de acabar como el pobre “dodo” de Isla Mauricio.