Toda vida tiene una dimisión emocional. El problema es que en dentro del mundo empresarial las emociones parecen, a veces, estorbar a la hora de los resultados. Sin embargo, no podemos especular con erradicarlas en nombre de la eficiencia. El ser humano ha pasado muchos millones de años para construir las emociones. Nuestra intuición es importante y, sin dudas, debemos prestarle atención ya que no somos robots y tenemos que aprender a convivir con nuestras emociones.
Generalmente, en el trabajo, nos movemos a partir de dos tipos de emociones: la ansiedad y el entusiasmo. ¿Qué genera la ansiedad? La misma sensación de alguien que está siendo perseguido por un león…pero sin león. Básicamente, el sentimiento que mueve a la ansiedad es el miedo.
¿Es malo esto? Se podría decir que es lo mismo que el estrés. Se habla negativamente del estrés, pero en realidad es una herramienta que tenemos para sortear situaciones de emergencia, escenarios excepcionales que demandan esa energía para ser resueltos. El problema es que esa situación y ese estado emocional no puede ser vivido en perpetuidad. “No podemos vivir diariamente movidos por el miedo.”
Como contrapartida de esto aparece el entusiasmo genuino, que está relacionado con el amor a la tarea que llevamos adelante, a encontrar qué es lo que realmente queremos. La victoria está en el hecho de emprender el camino y no de llegar.
El problema no es, como indican algunos, el vacío existencial, sino el lleno: estamos repletos de emociones como el miedo. Por ejemplo, uno de los elementos que más se percibe en las empresas es la presión. Y eso es controversial porque, para algunos la presión funciona como combustible y, por eso, sería algo positivo. Sin embargo, yo considero que la presión está relacionada con el miedo (a perder el trabajo, a no ser reconocido, a fallar, a ser el tonto de la película). Es cierto que la presión y el miedo pueden funcionar como combustible a corto plazo: para sortear una crisis, resolver un problema puntual, pero de ninguna manera puede ser algo sustentable. Y el límite lo pone, habitualmente, el cuerpo (una úlcera, un infarto, un pico de presión).
La gran pregunta es cómo hacer que lo que nos mueva en el trabajo sea el entusiasmo y no la ansiedad que causa el miedo. Hay que encontrar la vitalidad dentro del trabajo. Eso significa buscar algo que nos movilice más allá de la rentabilidad de la empresa. Debemos preguntarnos: ¿Cuál es el intangible? ¿Qué es aquello de nuestro trabajo que le da sentido y que no tiene que ver con los resultados? Siempre hay una historia, un valor agregado: hay que encontrarlo.
Porque son las “ganas de hacer” las que van a permitir la sustentabilidad emocional y no el miedo, que no genera red, sino que origina impulsos para momentos determinados, pero todo queda allí. Debemos alumbrar el territorio emocional del cual somos analfabetos y el cual, sin embargo, está presente todo el tiempo.
Hay que lograr valorizar nuestra dimensión sensible para lograr una buena y efectiva “gestión de la vida” y aprender a distinguir entre la ansiedad y el entusiasmo genuino a fin de no dejarnos llevar por una vorágine que, a la larga, atenta contra la eficacia en el trabajo.