Jefes malos hay desgraciadamente muchísimos, los líderes simple y llanamente regulares son la raza más común en la mayor parte de las empresas y los buenos de verdad son una “rara avis”.
El liderazgo es, no obstante, una cualidad sumamente flexible que puede trabajarse a base de ejercicio (y de litros y litros de sudor).
Si quiere dejar a un lado su mediocridad como líder y convertirse en un jefe extraordinariamente bueno, debería hacer suyos los hábitos que disecciona a continuación Entrepeneur:
1. Alientan la innovación
Los buenos líderes se las ingenian para estrangular la ansiedad que impide a menudo a la gente tirarse a la piscina de las novedades. Y para conseguir hacerles salir de su zona de confort, no están permanentemente soplándoles el aliento en la nuca, confían en ellos y en su talento y les hacer sentir lo suficientemente seguros como para probar cosas nuevas.
2. No dejan que sus empleados se duerman en los laureles
Un buen líder no puede permitir por nada del mundo que sus trabajadores se apoltronen su zona de confort. Y busca la forma de que sus subalternos sean una suerte de “tiburones” a la caza permanente de presas en forma de novedades y de cambios. Quien no inculca la cultura del cambio a sus empleados está abocado al fracaso en el mundo de los negocios.
3. Cazan al vuelo las oportunidades y las adaptan a sus negocios
Los líderes extraordinarios son dueños de un olfato fuera de lo normal y tan pronto como tienen frente así una oportunidad prometedora, la agarran, no la sueltan y la ponen en práctica (con la ayuda, por supuesto, de sus empleados).
4. Están siempre con la antena puesta para detectar innovaciones
Un buen líder funciona como una especie de brújula y está especialmente programado para atrapar pedacitos de información, interiorizar tales pedacitos de información y convertirlos en último término en innovaciones.
5. Espolean la asunción de riesgos y la ruptura con las reglas establecidas
Las grandes líderes son muy conscientes de que en el océano empresarial, absolutamente infestado de tiburones, quien no arriesga no gana. Y por eso estimulan permanentemente a sus subalternos para asumir riesgos y llegar incluso al extremo de hacer añicos las reglas (al menos hasta cierto punto).
Fuente: Marketing Directo