Altera el humor, la toma de decisiones y es una de las principales causas de ausentismo laboral. El componente subjetivo es fundamental a la hora de saber cuánto nos afecta. El desafío de los nuevos analgésicos es lograr combinaciones que maximicen el efecto con los menores riesgos asociados.
Los médicos llaman “síntoma” a todo aquello que el paciente refiere, pero que es imposible de comprobar, a diferencia de los signos de las enfermedades, que sí se pueden reconocer: la fiebre, una inflamación o la aceleración del ritmo cardíaco, por nombrar sólo algunos.
Efectivamente, es imposible señalar un dolor para que otro lo vea; y la única razón por la que todos saben lo que es el dolor, es que todo el mundo lo ha sentido alguna vez. Su evaluación es enteramente subjetiva, y por eso son subjetivas también las escalas que se usan para medirlo. Sólo algunas condiciones excepcionales suprimen el dolor, como la afectación de algún nervio, o la adrenalina de un soldado que, con la prioridad de salvar su vida, no siente las heridas sufridas en una batalla. Fuera de eso, no hay quien no lo haya sentido, y aunque no hay una “epidemiología” del dolor por no ser considerado una enfermedad en sí misma, hay datos que elocuentes: para hablar tan sólo de dolores lumbares, el 80% de la población adulta los padece. En los EE.UU. se estima que el dolor de cabeza por sí solo es causa de 17.000 millones de dólares anuales de pérdidas por ausentismo laboral. Se ha demostrado también que las personas afectadas por dolor toman por esa causa decisiones de las que después se arrepienten. Y las ventas de analgésicos –70 millones de cajas anuales solamente en la Argentina, lo que representa 2.700 millones de pesos según la consultora IMS– superan con creces a la de cualquier otro tipo de medicamentos.
“El dolor es la causa más frecuente de consulta al médico”, asegura el Dr. Roberto Baistrocchi, médico farmacólogo. A partir de allí, comenzará la indagación de las causas y, según cómo el dolor esté afectando la vida del paciente, también el tratamiento del síntoma: “Para atacar al dolor se usan fármacos que actúan a nivel del sistema nervioso central y otros que actúan a nivel de los nervios periféricos”, dijo el especialista, ya que aunque la molestia se sienta en alguna parte del cuerpo, la sensación de dolor se genera siempre en el cerebro cuando los nervios periféricos le envían a este la señal de que algo pasa.
El médico explica que en última instancia, como fenómeno de carácter sensorial, hay una suerte de continuidad entre el dolor y el sentido del tacto: “El hecho de que podamos percibir frío, calor o un roce se debe a un estímulo de los nervios sensores periféricos. Cuando ese estímulo crece se producen las cosquillas, y cuando se intensifica más, el dolor”.
Ahora bien, no hay posibilidad de sentir nada de eso si esos nervios periféricos que se localizan en las diferentes partes del cuerpo no le transmitieran al sistema nervioso central, con sede en el cerebro, esos estímulos en forma de impulsos eléctricos. Así es como el componente objetivo del dolor (el estímulo físico que lo causa en algún lugar) da lugar al componente subjetivo: “Éste es el que permite valorar el dolor, y por eso no es lo mismo padecerlo cuando uno está en una situación tensa que cuando uno está tranquilo, aunque la causa sea la misma”. Por eso, la sensación, además de ser personal, es transitoria: el mismo estímulo puede ser percibido de diferentes maneras cuando las circunstancias son distintas.
Una de las escalas más habituales que usan los especialistas para evaluar es preguntarle al paciente en qué punto situaría el dolor que siente en una hipotética escala de 1 a 10. Otra, utilizada en pediatría, consiste en una serie de “caritas” (como si fueran emoticones) donde el niño puede indicar aquella con la cual su dolor lo hace sentir identificado. “Esa misma escala es la que vamos a utilizaremos luego para ver en qué punto sitúa el paciente ese mismo dolor luego de de un tratamiento analgésico”, explica el doctor Baistrocchi.
Los desafíos de la lucha contra el dolor
El estudio del dolor, más allá de sus posibles causas, adquiere cada vez más relevancia en la medicina. No es casual que cada vez más hospitales estén incorporando áreas específicas para su tratamiento. El logro de combinaciones analgésicas que proveen mayor eficacia, seguridad y calidad de vida es otro resultado de siglos de historia en esa lucha.
Los analgésicos más potentes que se conocen son los hipnoanalgésicos, representados básicamente en los opiáceos como morfina, codeína o nalbufina. Provocan un profundo efecto de sedación en el sistema nervioso central que, para decirlo en términos sencillos, hacen que el paciente “olvide” por completo el dolor. No actúan de ninguna manera sobre las causas que lo generan (una inflamación, por ejemplo) y tienen un importante efecto adverso: son muy adictivos. Se utilizan sólo para tratar dolores muy severos.
Otros analgésicos potentes como la pregabalina retardan la despolarización de las neuronas que generan dolor, por lo que usados en bajas dosis ayudan a controlar dolencias de tipo neuropático, como las producidas por algunas hernias de disco o la neuralgia del trigémino.
Hay otros dolores considerados “leves” o “moderados” en comparación con los que motivan el uso de las drogas mencionadas, pero bien sabe cualquiera cómo afectan la vida cotidiana: dolores de cabeza, de muelas, de articulaciones, secuelas de operaciones, dolores menstruales, esguinces… Casi todos son consecuencia de algún fenómeno inflamatorio, y los medicamentos más usados para tratarlos son los antiinflamatorios no esteroides o AINEs.
“Los opiáceos, que no son AINEs, explica el doctor Baistrocchi, no tienen ningún efecto antiinflamatorio; otras sustancias como el diclofenac, quitan la inflamación, y con ella se va el dolor, pero no actúan directamente sobre los procesos que causan el dolor”. A diferencia de este último, “el ibuprofeno no es el más potente antiinflamatorio ni el más potente analgésico, pero tiene ambos efectos, porque desinflama y a la vez inhibe el proceso enzimático que causa el dolor”.
Entre los AINEs, señala, “el paracetamol es muy particular porque tiene un importante efecto a nivel del sistema nervioso central, menos potente que el de los opiáceos pero sin las complicaciones que generan estos últimos”.
Hasta el presente muchos especialistas en el mundo siguen investigando clínicamente cuáles son las combinaciones analgésicas más eficaces, aún con las drogas más conocidas. Uno de ellos, realizado en 2013, reveló las ventajas de la combinación en una dosis de ibuprofeno y paracetamol para tratar dolores posoperatorios. “En este caso, la combinación produce un sinergismo de potenciación, porque permite lograr un mayor efecto con menores dosis, con menos efectos adversos que las dosis que habitualmente se usan de cada uno –señaló Baistrocchi–. Eso significa que pasando esas dosis, no hay aumentos significativos del efecto analgésico sin aumento de los efectos adversos”, que en los casos de consumo muy prolongado o sin control se relacionan con la lesión de la mucosa gástrica o la sobrecarga renal.
Si con el dolor se convive, ¿cuándo es momento de consultar? “Como médico, debería decir que siempre, porque un dolor en el pecho puede ser una simple molestia en la unión del esternón con la costilla, o puede ser un infarto, finaliza el especialista