“Cuál es el objetivo de una empresa?” preguntó un profesor en mi quinto año de Universidad, en una materia que me introdujo al mundo de las empresas, luego de zurcar cuatro años entre Marx, Schopenhauer, Weber, Pierce, Althuser, Benjamin, y tantos otros hermosos textos alejados de la “realidad” pero que pensaban acerca de ella. La respuesta de muchos fue: ganar dinero, obtener plusvalía, y otros derivados de la lógica de los pensamientos adquiridos. Mucho fue el asombro de todos cuando el docente, el único que en cinco años de Universidad daba clases de traje y gemelos, nos contestó: “el objetivo de ustedes en la vida es respirar? No, esa es una necesidad de existencia, sus objetivos son ser comunicólogos, padres, esposos, abuelos, trascender. Para la empresa tener ganancias es una necesidad de existencia, sus objetivos deben ser otros. Si sólo se busca ganar dinero se es comerciante, ser empresario es otra cosa”, una visión novedosa para la crítica habitual de estudiante. La palabra empresa, en su etimología, significa “emprendimiento”, es decir, comenzar un camino hacia un lugar con acciones que modificarán ciertas condiciones.
Esta clase cambió mi enfoque sobre las empresas de la misma forma que el resto de mis estudios cambiaron mi visión de la realidad, así como la asunción de ideas humanistas, de justicia y bienestar signaron mi formación.
Si miramos el mundo empresario actual, es innegable que los “ideales” signan, marcan, definen, la forma de actuar, de ser, de trabajar de las organizaciones empresarias. Una empresa con ideales, con visión humanista, interpretará las condiciones de trabajo y de exigencia, como condiciones reproductivas de sus capacidades: la mejora de las condiciones de vida de las personas mejoran sus capacidades e impactan de forma directa en su motivación y reconocimiento hacia la organización en la cual dejan un tercio del total de un día, cómo mínimo. El “valor” que la organización agrega al entorno, la consecuencia de su desempeño, el respeto o no por el medio ambiente, el respeto por las leyes, la conciencia del espacio en el cuál se desarrolla, crean la imagen interna y externa de la organización. Definen la relación con lo que la rodea.
Las empresas con mayor grado de aceptación social y de sus integrantes son aquellas que buscan la trascendencia del conjunto y agregan algo al mundo. Es poca la gente que puede tener simpatía por un fondo de inversión, que hace dinero sin dinero o sin producir y a costa de empresas o naciones. Es escasa la imagen positiva que puede tener una organización cuyas ganancias se construyen por medio de la destrucción del medioambiente. Es limitado el reconocimiento que tienen los ejecutivos que hacen gala de su exuberancia frente a la necesidad del entorno, o que no corren sus márgenes de rentabilidad para sostener el bienestar común.
Deben existir ideales dentro de las empresas, ideales que trasciendan lo económico, que excedan lo laboral, ideales coherentes con el desempeño de la organización. Esas organizaciones construyen la utopía del entorno en torno a la utopía de su crecimiento. Son las durables, son las encomiables, y están signadas por la formación de sus líderes, de sus creadores, de sus gerentes. El humanismo no es una visión sensible ni una moda, es una necesidad para que el mundo no se consuma a sí mismo. La formación en ideas justas determina si es ganancia o avaricia el resultado. Es preciso redefinir esto, tal vez la cifra de que 85 familias acumulan lo que precisan 3600 millones de pobres, sea una gráfica contundente de lo que sucede y lo que se puede cambiar si los ideales trascienden de la acumulación a la justicia, de la angurria al reconocimiento del otro. De entender que la empresa tiene al dinero como oxígeno, y que si bien nunca le van a reventar los pulmones, con tener una buena oxigenación puede vivir y hacer que los demás vivan mejor, y así reproducir su riqueza no solo material.
Es hora de asumir la frase de Gabo “Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.