Las neurociencias informan cotidianamente sobre diferencias entre el cerebro masculino y el femenino, y si bien no es posible afirmar que de ellas depende la eficacia en el liderazgo, de hecho, constantemente repito que la inteligencia y el talento o, a la inversa, la ineptitud y la mediocridad, no tienen género, resulta interesante analizar algunas de las características que predisponen tanto al hombre como a la mujer para procesar la información de una forma determinada y, posteriormente, decidir y actuar también de un modo determinado.
Hoy se sabe que no existe un cerebro unisex, ya que hombres y mujeres nacen con circuitos que los caracterizan como pertenecientes a uno u otro género. A medida que se desarrollan, las diferencias más evidentes tendrán que ver con el sistema hormonal, que tiene una enorme influencia en la morfología cerebral: el cerebro masculino se organiza de manera diferente del femenino, lo cual conlleva un procesamiento distinto de la información que impacta en la emotividad, la conducta y la toma de decisiones, por lo tanto, en el liderazgo.
Sabemos que el cerebro de la mujer está mejor estructurado para la empatía emocional (que es una condición imprescindible para liderar), mientras que el masculino es más eficiente en lo relacionado con el pensamiento lineal y sistémico.
Por su parte, el cerebro masculino muestra superioridad en el desarrollo de las áreas visuoespaciales. Si bien esto ha sido observado con neuroimágenes, las ventajas del hombre en estas habilidades también han sido corroboradas mediante investigaciones sobre la rotación mental, la ubicación y la percepción espacial de los objetos.
A diferencia del hombre, que tiene una visión más focalizada, la mujer tiene una visión más abarcativa de una situación determinada. Si nos concentramos en el análisis de la configuración neuronal, podemos inferir que ella contemplará mayor variedad de fundamentos a la hora de analizar alternativas porque está dotada biológicamente para incorporar mayor cantidad de “insumos” (datos, experiencias, información).
Por ejemplo, ante una expresión sencilla: “este objeto es un lápiz de color rojo”, el hombre asume rápidamente que es de color rojo, no azul, y que sirve para escribir. La mujer puede pensar: “…es de color rojo, no azul, sirve para escribir… mejor que sea rojo, que es el color preferido de los chinos y con ellos tenemos la reunión el martes. Además, es un color agresivo mientras que el azul es frío, sí, debería hablar con el arquitecto para que modifique la decoración del salón, hay demasiado azul en los tapizados”, y más.
Conocer estas diferencias (he señalado solo algunas) plantea una gigantesca oportunidad para las organizaciones: al tomar los conocimientos que la neurociencia contemporánea pone generosamente al alcance de todos, estarán en condiciones de seleccionar a “ellas” y “ellos” para las posiciones a las que mejor se adecue su estilo de liderazgo.