Cuando una persona debe enfrentar un problema, un conflicto, o una situación estresante, se dispara una serie de emociones que se expresan a través de cambios físicos y comportamentales.
Con independencia de si el peligro percibido es real o imaginario, se activan los centros que coordinan las respuestas emocionales, que a su vez activan lo que se conoce como la “división simpática” del sistema nervioso autónomo.
Estas respuestas fisiológicas impactan sobre el normal desempeño del individuo. La razón se enturbia y la elevada carga emocional sesga la toma de decisiones, induciendo a la equivocación sistemática.
Ahora bien, ¿podemos hacer algo al respecto? ¿Es posible entrenar al sistema emocional del cerebro para responder de manera distinta ante el estrés? ¿Es posible controlar (o, al menos, acotar) procesos fisiológicos y emocionales altamente automatizados y que se disparan de manera involuntaria?
Es difícil, pero no imposible. Veremos, a continuación, los mecanismos neuronales que permiten desarrollar estrategias destinadas a favorecer la autorregulación simpática de manera consciente por parte del individuo inmerso en circunstancias adversas o sometido a un severo estrés.
El estrés como experiencia subjetiva
A diferencia del resto de las especies animales, en el ser humano las respuestas fisiológicas y emocionales también pueden ser producidas por un pensamiento o creencia previa, y se gestan en la neocorteza cerebral.
Estos pensamientos o creencias toman forma en los lóbulos frontales y tienen un significado propio para la persona.
Este significado individual, si es de carácter negativo en función de las experiencias de vida personales, puede disparar la señal de alarma en el cerebro, provocando la misma alteración fisiológica y emocional que experimentaría si se encontrara ante una situación de riesgo real.
No obstante, el ser humano también posee una ventaja significativa sobre el resto de las especies animales: puede traducir las emociones en sentimientos conscientes. Y esto es condición indispensable para ejercer cierto control voluntario sobre la ansiedad derivada del estrés.
La corteza prefrontal nos permite, con el entrenamiento adecuado, pasar de una conducta reactiva, involuntaria y facilitada por el estrés, a una conducta voluntaria, proactiva y mediada por la razón.
Es decir, la parte anterior de nuestro cerebro nos permite tener cierto control y nos brinda la capacidad de ser proactivos frente al miedo.
Este es, sin duda, el objetivo cardinal de todo programa de autorregulación emocional y de manejo del estrés. Mientras las demás especies sólo pueden responder de manera rutinaria, nosotros podemos convertirnos en un actor emocional que domine su propia actividad visceral.
Los hemisferios del cerebro y el dominio de nuestras emociones
Hemos observado que, más allá de los estímulos reales de amenaza específica para la supervivencia que pueden aparecer en el medio ambiente, el ser humano puede despertar a la amígdala trayendo a su memoria un recuerdo explícito consciente de su acervo vivencial personal.
Esto es posible porque la corteza prefrontal proyecta algunas de sus fibras nerviosas hacia la amígdala y el hipotálamo, responsables de descifrar la carga emocional de ese recuerdo o pensamiento puntual y movilizar los recursos metabólicos en consecuencia.
Dicho en otros términos, podemos sentirnos ansiosos, temerosos o angustiados si alguien nos amenaza con un revólver.
Pero también podemos sentirnos ansiosos, temerosos o angustiados simplemente anticipando la posibilidad de ser asaltados o recordando el mal momento que vivimos cuando efectivamente nos amenazaron y robaron en la calle
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Cuando un animal se ve expuesto a una situación que entraña un peligro para su vida, reacciona de manera estereotipada siguiendo un programa de respuesta automatizado con base en el cerebro límbico y reptiliano.
Sin embargo, cuando se trata de un ser humano, las respuestas conductuales que puede adoptar ante una amenaza específica (como puede ser un jefe iracundo o un proceso de reestructuración dentro de la empresa), no necesariamente deben estar sujetas a estructuras cerebrales subcorticales.
En efecto, la corteza prefrontal se encuentra anatómica y funcionalmente preparada para inhibir una conducta automática y reemplazarla por otra más civilizada o conveniente a los fines y objetivos de la persona.
En otros términos, el registro de la experiencia individual puede interferir o influir sobre la determinación de respuestas a estímulos particulares estresantes.
La prueba de ello se encuentra en que mientras un hecho específico, como un despido, puede desencadenar una depresión profunda en una persona, no necesariamente lo mismo le ocurrirá a otra, en función de la interpretación que haga de las circunstancias gracias a su corteza prefrontal.
La neuropsicología nos ha brindado evidencia sobre el papel que desempeñan las cortezas prefrontales derecha e izquierda sobre la emocionalidad y el estado de ánimo.
Concretamente, el hemisferio izquierdo parece estar más relacionado con las emociones de valencia afectiva positiva (alegría, optimismo, etc.) mientras que, sobre el hemisferio derecho, recae la responsabilidad de las emociones de valencia afectiva negativa (tristeza, enojo, etc.).
La experimentación y la observación clínica parecen demostrar que las lesiones en el lóbulo frontal izquierdo inducen un estado de tristeza profunda, al producirse un desequilibrio emocional como consecuencia de la pérdida de la gama de las emociones positivas.
Por el contrario, las lesiones en el hemisferio derecho inducen un estado de inusual alegría, por supresión de las emociones negativas.
Es posible, entonces, modificar el estado emocional de una persona con un entrenamiento adecuado que le enseñe cómo activar más el hemisferio izquierdo en detrimento del derecho.
Análogamente, existe un abundante cúmulo de evidencia que correlaciona positivamente el aumento progresivo de los trastornos del estado del ánimo con el desarrollo de contextos macrosociales amplios caracterizados por la ambigüedad, la incertidumbre, la crisis, y la incapacidad operativa de las personas para lidiar con la frustración, con aquello que no pueden prever.
Y esto encuentra su génesis en estructuras cerebrales arcaicas y primitivas, muy funcionales en un mundo salvaje signado por la ley del más fuerte, pero desfasado y desajustado al avance social y cultural, a los que el cerebro límbico permanece ajeno.