Al hablar de diversificar nuestro portafolio de inversión usualmente se recurre al adagio que popularizaron las abuelas: nunca pongas todos los huevos en la misma canasta.
Sin embargo, si aceptamos la idea de que es necesario diversificar, ¿es lo mismo invertir todo el tiempo el 50 por ciento en acciones y 50 por ciento en bonos (estrategia balanceada), que invertirlo todo en acciones la mitad del tiempo y cambiarlo a bonos el resto (estrategia de cambio)?
En principio, ambas estrategias parecieran equivalentes: al final del día, el portafolio estuvo invertido la mitad del tiempo en cada tipo de título. De hecho, la rentabilidad esperada de ambas estrategias es la misma. Sin embargo, si nos importa el riesgo no deberíamos ser indiferentes.
Definiendo el riesgo como la variabilidad del retorno esperado (la desviación estándar en términos estadísticos), resulta que ésta es mucho mayor cuando se invierte todo el portafolio en acciones la mitad del tiempo.
Por lo tanto, una persona aversa al riesgo (como lo somos el promedio de la población) preferiría diversificar el portafolio todo el tiempo siguiendo la estrategia balanceada.
La vieja máxima de la abuela es útil para explicar esta elección.
En la estrategia balanceada, dividimos los huevos en dos canastas. Así, si algo ocurriera a una de ellas, todavía tendríamos la mitad de los huevos.
En la estrategia de cambio, tenemos dos canastas, pero colocamos todos los huevos en una sola canasta la mitad del tiempo, y luego movemos todos los huevos a la otra canasta por el resto del período. Entonces, si la canasta donde tenemos los huevos se rompe, nos quedamos sin nada. Por esta sencilla razón, la segunda estrategia es más riesgosa.
El trabajo de William Sharpe (uno de los precursores del Capital Asset Pricing Model) nos ofrece un excelente marco de análisis para comparar estrategias financieras. De hecho, el índice que lleva su apellido sugiere que uno debe preferir la estrategia que le proporcione una mayor rentabilidad por unidad de riesgo.
Formalmente, el retorno en exceso se mide como la diferencia entre la rentabilidad esperada de la estrategia en cuestión menos el retorno de un activo libre de riesgo. El riesgo, por su parte, se mide como la desviación estándar del retorno esperado. De esta forma, el índice de Sharpe se calcula dividiendo el retorno en exceso sobre la desviación estándar.
Supongamos que el retorno esperado tanto de la estrategia balanceada como de la estrategia de cambio es 11,76 por ciento, y que el retorno libre de riesgo sea un 5 por ciento. La desviación estándar de la estrategia balanceada es de 6,32 por ciento, mientras que la de la estrategia de cambio es un 10,95 por ciento.
Entonces el índice de Sharpe para la estrategia balanceada sería de (11.76% – 5%)/6.32% = 1.07, mientras que para la estrategia de cambio sería de 0.62. Por tanto, la primera estrategia es preferida sobre la segunda.
La situación sería diferente si tuviéramos cierta habilidad para predecir qué canasta se va a romper y cuándo. En este caso, podríamos obtener un mayor retorno al invertir en los títulos más riesgosos, y movernos a aquellos más seguros en anticipación de un evento negativo. Si bien el riesgo de la estrategia es mayor, el mejor retorno puede ser suficiente para compensar por este hecho.
Por lo tanto, el interrogante que debemos plantearnos es: ¿cuánto más alto tendría que ser el retorno para justificar el riesgo incremental asumido?
Según los números del ejemplo anterior, necesitaríamos al menos un retorno extra de cinco por ciento para justificar el mayor riesgo asumido.
Este es el problema con las estrategias de inversión que intentan anticipar los cambios en el mercado: el mayor riesgo asumido no siempre es justificado por el retorno adicional generado.
Ahora bien, si mantuviéramos la mayoría de nuestro portafolio en una estrategia balanceada y colocáramos el resto en una estrategia de cambio, sería mucho más sencillo generar retornos adicionales que justifiquen el riesgo incremental, ya que el incremento en la variabilidad no sería tan alto.
Por eso muchas estrategias modernas de inversión predican diversificar una buena parte de nuestra cartera de inversiones, y al mismo tiempo especular un poco con el remanente.
Obviamente, el monto de la apuesta depende del perfil de riesgo del inversionista. Por lo tanto, cualquier estrategia individual de inversión debería partir de una planificación financiera personal detallada.