Este es uno de los principales temas que aborda la opinión pública y el gobierno contra la industria textil Argentina.
Para explicarlo de manera sencilla, es necesario aclarar antes algunas cuestiones importantes. La primera es que, desde hace unos años y debido al proceso de globalización (es decir, el desarrollo de tecnologías de la información, economías abiertas, ingreso de China al mercado mundial, etc.), el mundo de la moda diferencia tres tipos de países: los países “A”, en su mayoría europeos, que tienen un excelente nivel de diseño y son referentes de la moda a nivel mundial. Estos países crean las colecciones y las mandan a fabricar a los países C.
Los países C se caracterizan por tener un costo de mano de obra para la confección que ronda en promedio los U$S 200 por mes (recordemos que detrás de cada máquina de coser hay un operario, no como ocurre en la mayoría de las industrias donde una misma persona atiende veinte equipos). En dichos países -entre los que destacan China, India, Sri Lanka- se fabrica la ropa que Europa consume, lo que ha permitido el crecimiento de grandes marcas internacionales de ropa como HyM o Zara, con precios de venta al público muy accesibles.
En tercer lugar están los países B, y aquí es donde nos encontramos nosotros. Éstos países no tienen las características ni de los A ni de los C: están orientados al mercado interno y dependen en gran medida de lo que se consuma en ellos para tener mayor o menor producción. Por lo tanto, la capacidad de crecimiento de su industria está limitada y el menor volumen de producción genera costos más altos: hacer un metro de tela nunca costará lo mismo que frabicar miles de metros.
En general, los países C han comenzado como mercados cerrados, pero con una población mucho mayor que la de Argentina (China, India, Brasil). El hecho de producir sólo para su gran mercado interno ya les da una ventaja competitiva superior a la nuestra. Si a ello le sumamos que nuestra industria está actualmente en un 57% de uso de capacidad instalada -es decir, hacemos 57 metros pudiendo fabricar 100 por día-, los costos de esos 57 metros se elevan aún más.
Esto sólo si hablamos de la industria textil, la que fabrica las telas. Pero si incluimos en la ecuación a la confección, la diferencia se estira aún más. Analicémoslo detenidamente: un operario de costura en la industria de la confección argentina le cuesta a la empresa por mes unos U$S 1700 (entre sueldo, cargas sociales, ausentismo, entre otros). Y no estamos hablando de grandes salarios, porque en realidad a ese trabajador le están quedando en mano unos U$S 1100, que en nuestro país no es mucho si tenemos en cuenta el valor de la canasta básica. Sin embargo, recordemos que en los países C el promedio de un salario es de U$S 200, algo que explica en gran parte la diferencia de precios entre las prendas del exterior y las de Argentina.
Por eso destacamos una y otra vez que el problema no es la industria textil ni que ésta sea ineficiente, sino que entendemos que producir en Argentina es estructuralmente caro. Incluso si avanzamos en la cadena de valor hasta llegar a la comercialización, debemos agregar la alta carga impositiva, los precios de los alquileres, los gastos de las campañas publicitarias de las marcas de ropa -que no son pocos-, entre otros.
Algo que también es importante considerar respecto al concepto de la ropa cara en Argentina es el rango de marcas que se toma en cuenta, porque siempre se mide y se compara a las denominadas “marcas de Shopping”, es decir, las más reconocidas.
Sin embargo, existe en el mercado de la ropa -y todos lo sabemos- uno más informal y de calidad menor y otro intermedio, caracterizado por los locales de la Avenida Avellaneda. Éstos últimos manejan grandes volúmenes de producción, tienen una calidad y un diseño que ha ido mejorando con el paso de los años y a nivel precios compiten con la ropa importada casi en condiciones iguales. Estos fabricantes son proveedores de muchos locales del interior del país, por lo que en ese segmento en particular se evidencia que no hay falta de competitividad.
La industria textil y de la confección no son obsoletas. En estos últimos años las empresas han invertido mucho en equipamiento y en mejorar sus procesos productivos. No está allí el problema como se señala habitualmente. El problema está en que, con un mercado interno en retracción y menor consumo, una alta carga impositiva y un dólar que aún sigue atrasado en relación a la inflación las alternativas no son muchas.
Por último, un tema importante. Los precios en el sector de la moda no van a bajar si se abre la importación sin ningún tipo de limitación. Eso nunca sucedió en Argentina, los valores terminan siendo los mismos para la gente. Sólo provocaría desempleo y menor consumo, un círculo vicioso que ya conocemos y al que no deberíamos volver (no produzco en el país-desempleo-no consumo-mayores precios).
Estamos a tiempo de corregir algunas variables. La apertura indiscriminada no es la solución a los precios altos de la ropa en Argentina. Esto sería sólo el principio del fin y debemos hacer todo lo posible para que no suceda.
Creo que hay mucho por hacer con esta franja intermedia de empresas de confección que mueven actualmente grandes volúmenes. Debemos promover su crecimiento y, si hay alguna informalidad, ayudarlos a corregirla. También, trabajar con el gobierno para que nuestros costos medidos en moneda extranjera vayan reduciéndose y que nuestros productos sean más competitivos. Diseño, creatividad y voluntad sobran en una industria que ocupa a 400.000 personas a lo largo de todo el país.