En una reunión con diferentes participantes de una institución pública, había personas que respondían a diferentes rangos de jerarquía. Si bien todas exponían y reforzaban el mismo tema, yo me daba cuenta de que la audiencia prestaba más atención al mensaje del funcionario de mayor rango. Algo similar viví en una entidad privada, donde varios jefes abordaban el mismo tema, pero había mejor “llegada” cuando el mensaje era enunciado por el jefe de todos los jefes.
Estas situaciones se dieron de esa manera por el Principio de Autoridad por Jerarquía. Se aplica la frase “donde manda capitán no manda marinero” (aunque el marinero tenga mejores propuestas que el capitán).
En otra ocasión, caminando por la ciudad, vi a dos hombres en la vía pública tomando bebidas alcohólicas. Ya estaban bastante pasados de copas y alcancé a escuchar que uno le decía al otro: “Hermano, no tenés que tomar así, porque eso te hace muy mal”. ¡Se imaginan! El consejo era acertado, pero quien lo daba no tenía legitimidad para hacerlo, porque ese consejero estaba tan ebrio como el aconsejado.
Este es el Principio de Autoridad por Realidad. Lo que se aconseja pierde fuerza si no hay coherencia entra la práctica y ese mensaje. La realidad debe ser una mezcla de congruencia y conocimiento que legitime la validez del mensaje.
Una vez participé en una capacitación, donde los disertantes eran dos personas, que poseían un alto nivel de conocimientos. Sin embargo, uno de ellos tenía mayor firmeza al comunicar, su emisión era más potente. Advertí que el público prestaba mayor atención a este disertante en relación a su compañero. En este caso, ambos tenían la misma jerarquía y la misma realidad, pero los diferenciaba la manera de comunicar. Se daba el Principio de Autoridad por Impronta Personal. No tiene que ver con la jerarquía ni la congruencia, es algo personal, un talento innato o desarrollado, con un estilo propio del emisor.
Para estos tres casos, sugiero que el marinero se capacite y trabaje para lograr ascensos hasta ser capitán, que el ebrio consejero no tome alcohol para instruir con el ejemplo, y que el disertante mejore su estilo comunicativo. Es decir, los principios pueden mejorarse con trabajo, estudio y tendencia al bien común, así constituimos la Trilogía del qué, quién y cómo: qué se dice, quién lo dice y cómo lo dice.
La jerarquía, la realidad (conocimiento más congruencia) y la impronta personal otorgan poder a las personas y por ende a las organizaciones que conforman. Dicho poder debe direccionarse a la construcción de valor. Si integramos nuestro mundo organizacional con personas que gocen de estas cualidades la transformación llega.
Cuando nos toque elegir, prefiramos a los colaboradores que más se acerquen a estos principios.
Seamos hacedores del cambio, utilicemos todo nuestro poder para construir. Es posible definir al poder como “la capacidad de hacer haciendo”. Al fin y al cabo, sólo así podremos comprender y lograr la mejora continua en este mundo organizacional.