De la mano del nuevo (y carísimo) iPhone X el reconocimiento facial ha alcanzado un estatus muy cercano al “mainstream”. Y lo cierto es que esta nueva tecnología promete abrir nuevas y prometedoras avenidas para las anunciantes y también incrementar la preocupación en torno la sacrosanta privacidad del usuario.
Con el reconocimiento facial a su vera, los anunciantes estarán potencialmente capacitados para echar al guante a mucho más que información genérica sobre el consumidor (como la edad y el género, por ejemplo). Y tendrán la posibilidad no sólo de identificar a individuos sino también de comprender adecuadamente cuál es su estado de ánimo.
¿El problema? Que el público general no ha entendido demasiado bien la velocidad a la que se ha desarrollado esta nueva tecnología y muchas personas ajenas al universo marketero no conocen demasiado bien la distinción entre reconocimiento facial y tracking facial.
Según un reciente estudio de la consultora Warc y de la empresa de investigación de mercados Toluna, dos terceras partes de los consumidores confiesan sentirse cómodos con la idea del reconocimiento facial, si bien una proporción muy similar no está al tanto de que esta tecnología puede calibrar el estado del ánimo del usuario.
Aunque Apple ha recalcado por activa y por pasiva que los datos asociados a su nuevo Face ID permanecerán en el móvil y que no serán exportados a la nube con fines comerciales, Ben Plomion, director de marketing de la empresa especializada en inteligencia artificial GumGum, asegura que más pronto que tarde habrá una demanda ingente de datos visuales por parte de los anunciantes (máxime cuando los consumidores utilizan sus iPhones para acceder a apps que requieren autenticación).
“Esto significa que hay una conexión directa entere el rostro de alguien y su presencia en un app concreta”, señala Plomion. En este sentido, “podemos imaginar fácilmente un escenario en el que un anuncio para unas vacaciones en Costa Rica reemplace las típicas imágenes de modelos por fotos del propio usuario en la playa”, subraya.
En un universo en el que la inteligencia artificial (y todos los desarrollos asociados a esta tecnología) evolucionan la velocidad del rayo los marketeros deben actuar con suma cautela. Al fin y al cabo, afirma Ann Cavoukian (Privacy by Design Centre of Excellence), “se necesitan los máximos niveles posibles de protección de la privacidad para aproximarse a la biometría”.
“La decisión sobre la accesibilidad a sus propios datos biométricos debe ser una elección individual del propio consumidor”, dice Cavoukian. “Si me dedicara al marketing, haría todo lo posible por buscar el consentimiento informado del consumidor informándole adecuadamente de los beneficios que le reporta el reconocimiento facial”, apostilla Cavoukian.
Fuente: Marketing Directo