Ya sea por buscar intimidad o para mostrar mejor sus creaciones, los showrooms fueron creciendo frente a los locales. Sus ventajas son múltiples, tanto para los propietarios como para los clientes. Además de tener beneficios en los costos, fundamentalmente ambas partes aseguran que se da una compra más cómoda, amigable y personalizada.
“La diferencia fundamental radica en el espacio en sí. En un showroom, por sus dimensiones, las ambientaciones lucen más ya se son réplicas de ambientes en su escala propia, con una visual de perspectiva muy real. Lo contrario sucede en locales, donde hay que ser un poco más ecléctico para poder mostrar distintos estilos y mercaderías. En general, en ellos se crean pequeñas composiciones donde el cliente necesita un poco más de imaginación a la hora de elegir”, explica Martín Martínez, arquitecto uruguayo que estuvo a cargo de la redecoración del showroom de Fontenla (www.fontenla-furniture.com).
En cuanto al espacio, el showroom provee otra solución: poder tener integrados o en un solo lugar el área de fabricación y el sector de ventas. “En cuanto a los costos operativos es muy ventajoso, pues si tengo un taller puedo hacer ahí mismo un lugar para atender al público, en cambio en un local uno queda expuesto, incluso en cuanto a la seguridad. En un salón podés brindar una atención más exclusiva, elegís el horario, podés manejar mejor las variables, incluso el movimiento de los clientes”, aclara Selene Lozano, diseñadora de joyas (www.selenelozano.com.ar).
“A los clientes les gusta entrar la cocina de lo que hacemos, y el showroom lo posibilita. Podés mostrar más los elementos. También hay un plus de comodidad, una cita pautada en la que ya te disponés a disfrutar de ese encuentro con la persona y con el producto”, dice Gabriela Minati, fundadora de Chimi (www.chimi.com.ar).
Lozano, especialista a la hora de crear y restaurar joyas, le dio personalidad a su showroom. “Es interesante, porque a la gente también le gusta venir, estar cerca del proceso de armado, diseño, producción. Además, todos se luce mejor, porque uno arma el entorno de acorde al producto que hace. En mi caso, como no trabajo con producción en serie, sino que cada pieza tiene su sello, me esmero en que pueda ser percibida de cerca, con interacción con la persona. Y ni la persona ni el comercio están expuestos en cuanto a temas de seguridad. Nadie desde afuera ve lo que estás comprando.”
Por su parte, Martínez tuvo el desafío de crear el showroom que Fontenla tiene en Lugano, en el sur de la Capital Federal. Con tres pisos en los que se muestran las ambientaciones, más parte de la fábrica que está integrada, este diseñador dotó al espacio de un clima particular, en el que el comprador siente que está en una casa. “En el momento de armar el showroom de 5000 metros cuadrados la estrategia de ambientación y orden fue muy importante. La idea fue generar ambientaciones con amplias perspectivas para que se luzcan los muebles, enmarcar el diseño y para que el visitante se identifiqué con el espacio en sí.”
Para Martínez, al momento de mostrar muebles, la clave es el orden de los estilo para que el cliente haga una transición de paulatina pasando de lo moderno a lo clásico, de lo contemporáneo a lo más tradicional. “Esta es la diferencia fundamental entre un showroom y un local”, resume el arquitecto.
“Como diseñadora evalué cada objeto que incluí en el showroom, todo está pensado para que la pieza se luzca y pueda ser apreciada. Hasta la mesa de la recepción fue diseñada especialmente, con la altura ideal para que el cliente esté cómodo y no tenga que agacharse para poder ver de cerca el collar, anillo o pulsera”, relata Lozano.
Un ambiente intimo y donde la creatividad puede fluir entre el diseñador y los clientes, eso es un showroom.