Los poco más de 1.000 pesos que, según el INDEC, necesita una familia tipo en la Argentina para no ser pobre tienen poco que ver con la percepción de la gente. Según estudios privados con datos para el primer semestre del año, siete de cada diez argentinos se sienten pobres, más allá de lo que digan las estadísticas oficiales. La inflación real, que subsiste en un piso del 15% anual, y la suba de servicios como la educación y la salud, que inciden mucho sobre la sensación de las familias en cuento a su capacidad de consumo, explican el fenómeno.
“La percepción de pobreza (Pobreza Subjetiva) al primer semestre de 2009 fue de 70,8%”, precisa la economista Victoria Giarrizzo, profesora de la UBA y directora del CERX, la consultora que realizó el relevamiento que fue adelantado a Clarín. Y agrega: “Pero lo que más llama la atención es que subió notablemente en este semestre la Línea de Pobreza Subjetiva (LPS): el 37,3% de la gente está diciendo que con sus ingresos mensuales no cubre sus necesidades básicas de subsistencia (lejos del 15% de pobreza que dice el gobierno)”.
Los datos están en línea con estudios de este año del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad de La Plata, que también hablan de una percepción de pobreza muy superior a la que describen los números del INDEC.
Los trabajos sobre “pobreza subjetiva” tienen ya una tradición en los Estados Unidos y Europa, pero son relativamente recientes en la Argentina. La percepción de esta condición es una variable clave para moldear expectativas, ya que quienes se sienten pobres actúan como tales, caen en el desánimo y tienden a ver una perspectiva sombría a futuro.
Este “efecto túnel” de desesperanza se ve potenciado por la inmovilidad social intergeneracional, que es muy fuerte en la Argentina: según el CEDLAS, el 40% de los que nacen pobres permanecerán en esa franja social toda su vida.
El dinero que hace falta para no sentirse pobre es mayor en la Capital Federal que en las provincias. “En el interior la educación privada es más barata y hay menos aversión de la clase media a enviar a los chicos a un colegio público”, explica Giarrizzo.
“La falta de información sobre la dimensión de la pobreza y la desigualdad es notable”, dice Guillermo Cruces, economista del CEDLAS.